A frey Rilaus no le sentaba nada bien viajar a horcajadas sobre aquel bruto: hubiera preferido hacerlo en carruaje o, mejor aún, en litera. Si era reclamado por la Emperatriz en la capital, era lo mínimo. Pero el chambelán, sonriendo de una manera condescendiente, le había mirado de arriba abajo y le había dicho:
- Lo siento, Frey, debemos ir deprisa: no sabemos a quién nos podemos encontrar y, además, los caminos hoy no son ya muy seguros.