Awlin iba montado en el búho y, por primera vez, no necesitó sujetarse para no deslizarse a través de las corrientes de aire. Se sentía cada vez más seguro, a pesar de que lo que veían sus ojos era cada vez más aterrador. Pero, al salir de los túneles, había empezado a entender que no era el único que tenía problemas y que había otros muriendo de formas muy desagradables a su alrededor.
El búho volaba alto, de forma que ambos podían ver lo que ocurría en el suelo. También el búho estaba contento de llevar encima a la criatura etérea, situado en ese momento entre la muerte y la vida, sin que la primera lo arrastrase del todo pero sin tener mucho parecido a la segunda. Era cierto que podía comunicarse con algunos, como ahora mismo podía hacer con el búho, pero seguía sin poder decir que seguía vivo.
Awlin sentía el fuego: el calor, el dolor, el aire consumido por las llamas. Pero sabía que, aunque muy incómodo, a él le podía ya hacer poco. Otra cosa era el búho: al no ser incorpóreo como él, sin embargo, sí podía quemarse y era una de las razones por las que no quería acercarse mucho ni Awlin se lo iba a pedir.
De repente, vieron como una casa a las afueras del pueblo, totalmente consumida y de la que sólo quedaban algunas vigas, caía al suelo ya con poco estruendo. Awlin le dijo al búho que tenía que bajar a ver algunas cosas al suelo. El búho asintió y se quedó esperando.
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Cuando Awlin llegó al suelo, empezó a sentir que había cadáveres alrededor: unos muertos antes del fuego, asesinados de diversas maneras, y otros quemados o intoxicados por el humo de los incendios. Se elevó un poco de nuevo y fue hacia la calle principal: allí vio a un perro que llevaba encima a un niño pequeño y se deslizó hacia abajo, susurrándole al perro por dónde podía ir para encontrarse con sus amigos. Se sintió satisfecho por haber podido ayudar y siguió hacia adelante: sólo entonces vio el puente de piedra que era lo único que quedaba en pie de aquel pueblo. Encima varios de sus aldeanos se habían refugiado, pero si no salían de allí pronto iban a tener pocas posibilidades. Así que se elevó a donde estaba el búho y le dijo que necesitaba que estuviesen preparados para auxiliar a la gente del pueblo, que iba a intentar sacarles del puente.
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Pero las circunstancias eran complicadas. Primero, al no ser visible, no tenía ninguna garantía de que le fueran a seguir. Y segundo, estaban asustados y tan sobrecogidos que apenas podían hacer otra cosa que mirar de forma fija a las llamas que los rodeaban.
Awlin se fijó en que había varios perros y se aproximó a ellos. Enseguida un perro de tamaño mediano le sintió y movió las orejas hacia donde él estaba para luego mirar con expresión de pocos amigos. Si no hubiera sido un espíritu, Awlin hubiera estado asustado pero sabía que aquel perro, a pesar de su fiero aspecto, no sólo iba a ser de gran ayuda, sino que iba a poder salvar a todos, sino a la mayoría de los que permanecían en el puente.
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Y entonces, notó otra presencia: algo venía hacia donde él estaba, rápido y veloz. Así que decidió que iba a observarlo desde arriba. Se deslizó lo más silenciosamente que pudo, moviendo cuanto menos aire mejor y se subió de nuevo a lomos del búho. Allí, sintió que el ave también veía lo mismo que él: una presencia, como una nube aceitosa iba hacia los aldeanos con intenciones malignas. Entonces, sintió que debía comunicarlo a Frey Kaistos que aún estaba en aquellas rocas que se veían a lo lejos, en la cima de la colina. El Pedregal del Antiguo se veía claramente y esperaba que acabasen sabiendo que allí estaba pasando algo preocupante y raro y que debían bajar lo antes posible.
Mientras, abajo la sustancia aceitosa se deslizaba rápidamente pero ahora parecía… desconcertada: dio varias vueltas y, al final, pareció convencerse de que no había nadie más que los desgraciados aldeanos.
Desde arriba, Awlin comprendió qué era aquello: había oído hablar de aquellas criaturas pero no sabía que efectivamente existieran y, mucho menos, que hubiesen llegado allí. No podía esperar más, pero tampoco sabía cómo ayudar… hasta que vio al perro en un lado del puente, ladrando insistentemente a la cosa aquella aceitosa y sin ayuda. Se deslizó rápidamente hacia abajo y se acercó a unas manzanas que estaban en el suelo y que en poco tiempo estarían también quemadas. Entonces se puso en el lado del puente contrario hacia la dirección por la que bajarían Frey Kaistos y los demás y empezó a arrojarlas con la técnica que ya había aprendido…
La gente, sorprendida, echó a correr. En la confusión, aquella cosa aceitosa dudó pero, al no saber de quién se trataba, se fue hacia la parte opuesta de la ciudad, dejándole para que siguiera intentando liberar a los aldeanos. En pocos minutos, con la colaboración de Frey Kaistos y los demás, habían llevado a los aldeanos que se habían salvado del fuego por estar en el puente al Pedregal del Antiguo, donde se habían refugiado en una pequeña cueva. No ofrecía muchas defensas pero era suficiente por el momento. Además, Níramal, completamente cubierta, se sentó en la entrada de la cueva, por si recibían alguna visita inesperada. Junto a ella, Ankrat, el duende, se apoyó en una piedra y ambos observaron el camino de subida, aunque nadie pareció subir. A su lado, tranquilamente tumbado, el moloso Uzo cerró los ojos mientras Awlin y el búho se disponían a vigilar desde el punto más alto del Pedregal.
Frey Kaistos se estaba organizando con Arturiano y los duendes para curar a todas aquellas personas, aunque, sin decir nada, sabían que las peores heridas serían las del alma: habían visto algo terrible, incluso más que el fuego y que la destrucción de su pueblo. Y necesitaban decírselo, antes de que fuera demasiado tarde.
Una fuente natural de agua se abría en una de las paredes de la cueva y, allí, pudieron rellenar los odres para poder dar agua a todas aquellas personas. Compartieron también su comida y Sprogiar, el duende sabio, salió por los alrededores y volvió varias veces con un cargamento interesante de bayas y frutillas de los alrededores. Además, pidió a Uzo y al búho que cazaran algún animalillo porque tendrían que comer y al cabo del rato también volvieron con algunas perdices, liebres y otros pequeños animales que pudieron encontrar… y cazar.
Arturiano hizo un fuego mientras Níramal veía por los alrededores cómo tapar la entrada de la cueva de forma que el fuego no fuera visto en la distancia. Al cabo del rato, encontró una piedra suficientemente grande, pero necesitaría ayuda para transportarla. Se volvió para avisar, pero tres aldeanos de los que estaban mejor la habían seguido y entre ellos y otros cuatro que salieron después cogieron la piedra a pulso y la llevaron a la entrada. Una vez puesta y teniendo en cuenta los respiraderos naturales de la cueva, no sólo aquella solución era cómoda, sino sobre todo, les hacía sentir mucho más seguros.
- ¿Cómo están? - preguntó Níramal.
Frey Kaistos, con cara de preocupación, no respondió: seguía dando agua, poniendo vendas y compartiendo recetas de ungüentos con Sprogiar. El tercer duende, Daliniar, se había organizado para poder hacer un poco de comida, aunque fuera difícil. Lo bueno de estar en un sitio como aquel, es que por los alrededores había todo tipo de plantas, así que incluso iba a saber bien, algo que todos necesitaban.
Al fin, Sprogiar respondió:
- Unos mejor que otros, niña. - ella sonrió cuando se vio denominada de aquella forma; él se acercó- Tanto al monje como a mí nos preocupan varias personas. La primera aquella niña que se aferra a su madre, que está muy grave: no son sólo sus heridas que, alguna ya de por sí lo es, sino que está embarazada y no sabemos si llegará a dar a luz al hijo que espera. Pero aún nos preocupa más aquel padre del final: su hija ha fallecido pero nadie les puede separar. En fin, esperemos que podamos saber qué ha pasado pronto porque lo que hayan visto nos puede salvar la vida tanto a ellos como a nosotros.
Uno de los hombres que había ayudado a Níramal a traer la piedra se sentó a su lado.
- Es sencillo, aunque para mí es difícil de explicar. Soy Trumbar, el herrero del pueblo. Hace dos días tres personas extrañas llegaron a la posada. El posadero, Quirómar, me avisó y fui para allá: estaban bebiendo cerveza y cenando como cualquier otro huésped. Como Quirómar siempre ha sido miedoso, a mí me entró la risa: le dije que dejara de ver fantasmas y que actuara como cualquier otro día. Ahora bien, cuando me volví para salir, vi la cara de uno de ellos y hasta yo sentí que se me helaba la sangre. Así que volví a entrar por las caballerizas y hablé con Quirómar: le dije lo que había visto y que debería sacar a los huéspedes por detrás. Pero él estaba aún más asustado. Al final, aceptó, pero volvió a salir diciendo que no estaban ya en su mesa. Lo que pasó después no lo sé: sólo que de repente todo pareció estar en llamas. La gente, los caballos, los perros, los gatos, el ganado, etc. todo gritaba y se quemaba. Yo cogí a los que pude y los llevé al puente pero cuando volví muchos ya estaban muertos. Después todo se ha quemado y lo peor ha sido oírles gritar y no poder hacer nada… - el hombre comenzó a gimotear y se tapó la cara: no quería que nadie le viera llorar.
- Entiendo. ¿Alguien ha visto quienes eran?
Fue entonces cuando Frey Kaistos pareció volver en sí:
- Parece que uno de ellos era realmente extraño. ¿Alguien ha visto algún fenómeno que no pueda entender en las inmediaciones? - vio su incomodidad y dijo -. Vamos, vamos, no es tiempo de ser tímidos.
Un hombre bajo y tembloroso que tenía una pierna rota, levantó como pudo la mano:
- Yo soy uno de los que Trumbar salvó de la posada. Vengo mucho por el pueblo porque vendo hortalizas tanto a la posada, como en un puesto que instalo cerca de la plaza. He visto algo muy raro y no, no estoy soñando ni he tomado ninguna sustancia rara. Había una presencia aceitosa desde hacía varios días. Pero yo pensé que me fallaba la vista: últimamente no veo tan bien como antes…
Frey Kaistos lo miró y le dijo:
- Parece que tenéis mejor la vista de lo que pensáis - se acercó a él y le miró los ojos, cogió un poco de tela limpia y vertió un líquido en ella. Después le lavó los ojos y luego continuó hablando -. No os toquéis ni os rasquéis los ojos aunque os piquen. Es posible que os calme los ojos y mañana veáis mucho mejor que de costumbre.
El hombre sonrió con una sonrisa amable y agradecida:
- Muchas gracias, Frey.
Níramal siguió entonces preguntando:
- Y ¿sabe alguien por qué estaban en ese sitio o nadie dijo nada?
Una mujer menuda, que estaba bien, aparte de un moretón grande en la cara y algunas heridas en los brazos se aproximó:
- Sí, señorita, lo sabemos: querían a unas personas que iban a cambiar caballos en el puesto cerca del Río Arhuela. Nos dijeron que eran fugitivos peligrosos…
Níramal miró a Arturiano que se había aproximado.
- ¿Y dieron una descripción de esos peligrosos fugitivos?
- No, no sabían cuántas personas eran… más allá de señalar que uno de ellos era un sacerdote que practicaba magia negra…
Arturiano soltó una carcajada:
- Entonces, pueden estar seguros de que no somos nosotros. Eso sí -dijo ya más serio-, tenemos que encontrar otro paso para cruzar el río Arhuela: no podemos ir por el pueblo. No sabemos quiénes más estarán ahí.
Níramal lo miró:
- Buscaremos esos pasos mañana. Creo que por hoy ha sido suficiente. Montaré guardia en la entrada - dijo mirando a todos-. Luego le tocará a Ankrat.
- Quiero ayudar - dijo el herrero.
- Nosotros también.
Ella se volvió y los miró.
- ¿Incluso aunque seamos los mismos que esa gente iba buscando?
El hombretón sonrió:
- En ese caso más: el Mal no persigue a otro Mal normalmente.
Níramal lo miró y sonrió:
- Está bien: quien quiera hacer guardia conmigo, será fácil hoy, salvo que me equivoque mucho. Tenemos que estar atentos por si viene alguien hacia acá… si mueven la piedra, habrá que luchar.
Todos quedaron callados, para después asentir y distribuirse las horas.
Níramal se sentó y comenzó sus oraciones nocturnas. Arturiano la miró y habló en voz baja con Frey Kaistos, mientras este comía un poco del asado de Daliniar y unas frutillas:
- ¿Crees que Erevin realmente se ha enamorado de ella?
- No sería raro, pero ¿por qué me preguntas eso? No seas tan cotilla - y por primera vez en aquel día sonrió.
- No soy cotilla, pero habría elegido bien…
- Ah, de eso no tengo dudas. Dicen que ese chico es un mangante, pero realmente tiene imaginación e inteligencia y no les obedece que es lo que realmente les molesta… y, no me extraña porque ya ves qué aliados tienen. Cada vez tengo más claro que necesitan el control absoluto, lo que no sé es cuál es el objetivo que tienen.
- ¿Sabes qué criatura es?
- Tengo muy claro que es algún tipo de robavidas, pero no sé exactamente cómo lo hace. ¿Y qué es esa sustancia aceitosa? ¿Es ese mismo ser porque puede transformarse o por el contrario es otro ser sobre el que tiene algún tipo de poder? Cuanto antes podamos salir y alejarnos me sentiré mucho más tranquilo.
De repente, Sprogiar le hizo una señal: un hombre mayor, que era de los que estaban más graves, quería hablar con Frey Kaistos. El monje, dejó su comida a un lado, se levantó y se arrodilló a su lado. Después le cogió la mano:
- Frey, me estoy muriendo -dijo muy bajo y respirando con dificultad. Le agradezco todo lo que ha hecho por sanarme, pero estoy más allá de todo poder curativo que haya en este mundo. Verá, hay algo que deben saber: ese ser que han visto se transforma. Lo vi con mis propios ojos. Los del cambio de caballos me habían encargado que les llevase algunos que criaba yo. De los mejores caballos que había por aquí. Entró y me preguntó para qué quería tantos caballos: le dije que era mi trabajo y que si necesitaba alguno. Me dijo que no. La sorpresa se debió ver en mi cara: ¿por qué alguien entraría en un sitio de cría de caballos, aunque sea modesto, a preguntar algo así? Entonces, imagino que para darme miedo, se transformó en esa cosa aceitosa. A mí me dio más asco que miedo… y fue eso lo que le enfadó. Los caballos escaparon pero yo no pude más que de mala manera: por eso tengo casi todos los huesos rotos.
El hombre suspiró y pareció dormirse. Aún seguía respirando pero le quedaba poco. Frey Kaistos notó que Awlin se había acercado desde que el hombre había comenzado a contar su historia. Después bajó al nivel donde estaba el hombre y le debió decir algo al oído porque el hombre sonrió beatíficamente.
Después se elevó hasta el techo de la cueva, donde el búho dormía.
Poco a poco, todos cayeron dormidos. El día había sido complicado y todos tenían un cansancio brutal. En la paz de la noche, el criador de caballos pasó al dominio de las almas y, al hacerlo, vio a Awlin justo en ese momento y pronunció una bendición hacia todos. Ahora ya estaba donde nunca más iba a sentir dolor.
A la mañana siguiente, enterraron al criador de caballos, que se llamaba Liunor, en la cueva. Hicieron una parihuela para llevar a la embarazada muy grave e intentaron separar al hombre de su hija muerta, pero les fue imposible, así que decidieron pensar más adelante, en qué sitio sería más adecuado dejarle para que lo cuidasen, ya que era posible que hubiera perdido la cabeza. Entre varios, descorrieron la piedra y con cuidado salieron a ver qué había pasado fuera. Desde el Pedregal se veía el pueblo totalmente quemado: ahora ya no había casi llamas.
Partieron y fueron caminando por la parte oeste del Pedregal hacia una serie de caminos que bajaban de la cima. Al final, en uno de los lados, se abría, dentro de la tierra un camino y, un poco más allá, había un puente de madera situado encima de la corriente del Río Arhuela. Habían llegado al puente y lo iban a poder pasar sin problemas.
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El puente, que distaba varios metros del suelo, no dejaba pasar a muchas personas a la vez. Quedaron en que siempre varias personas tenían que llevar la parihuela con la mujer embarazada y grave y otras con el padre que seguía apretando a su hija muerta sin descanso. El primer grupo pasó sin más problema que la propia dificultad de pasar la parihuela por aquel lugar tan estrecho. Pero, cuando el padre empezó a andar por el puente con su hija muerta en brazos, fue como si volviese a la realidad y sin que los que le rodeaban pudieran hacer nada, se precipitó al vacío. La corriente los arrastró sin que el resto de la comitiva pudieran hacer nada por ello.
En silencio, pudieron pasar al otro lado y, un poco después en un pequeño claro, pudieron hacer una parada. Pero la tristeza era difícil de evitar y, además, lentamente, se fueron dando cuenta de que ahora tendrían que dirigirse a Os andando: ya no tendrían caballos.
Parecía que aquel trayecto, en principio más fácil, se estaba tornando excesivamente difícil. Níramal se aproximó a Frey Kaistos:
- ¿Pensáis que esa gente intentaba que no pudiéramos coger los caballos o había alguna otra motivación?
- ¿Por qué lo decís?
Ella miró hacia el frente:
- No sé, tengo la impresión de que lo que no quieren es que lleguemos a Os. Porque, ¿por qué no nos han seguido?
Frey Kaistos la miró y asintió.
- Tendremos que variar el camino e ir por donde los sirvientes de la Emperatriz no se imaginen que vamos a ir.
Arturiano, que se había aproximado con el duende Ankrat, asintió.
- Sí, necesitamos aproximarnos más hacia el Oeste y coger alguna de las rutas que van hacia el norte. Veré a ver si podemos pasar por algún otro puesto de caballos, aunque no sé si será conveniente…
- Sí, sí - dijo Ankrat -, cuanto antes lleguemos mejor. Tenemos que saber qué está pasando allí… aunque creo que más quieren aislar ese monasterio y que no reciba gente del exterior.
Frey Kaistos asintió:
- Sí, algo así me llevó temiendo desde que salimos de Os - miró entonces hacia donde sabía que estaba Awlin y este supo que algo pasaba. Después, Frey Kaistos miró a los aldeanos que habían salvado de Aronhuela, quiénes creyéndose ya seguros, muchos se habían dormido-. Dejémosles que descansen - dijo-, al menos por ahora.
Hasta Uzo, que había arrastrado la parihuela de la mujer durante casi todo el trayecto-, pareció haber comprendido la necesidad de descansar y se durmió.
Sólo Frey Kaistos permaneció despierto: reflexionaba sobre todo lo que había pasado. Necesitaba hacerlo, porque sabía que algo se le había pasado por alto. Además, por primera vez, temió que algo parecido a lo que hubiera ocurrido en Sinningen, hubiera pasado en Os y se le encogió el corazón. Al final, no pudo resistirse al sueño y también quedó dormido. En el silencio del claro, sólo Awlin montaba guardia. El cielo, lleno de estrellas, le hizo ver que, después de unos días tan complicados, aquella noche tan pacífica merecía aprovecharse.
Subió a lo más alto de los árboles y, en la distancia, vio a un ave majestuosa volar. El búho se posó a su lado, pero no hizo ningún movimiento brusco y, cuando le miró, los grandes ojos del búho le pareció que sonreían. Awlin entendió que aquel ave venía en su ayuda y una sensación de tranquilidad lo invadió. Al menos, iba a haber una buena noticia.
Publicado originalmente en Wordpress.