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Momento actual, pero mes y medio antes de la muerte de Toringen III:
Olter Roca de Pino era su verdadero nombre, pero, desde aquel día en el que una bomba de piedra le había destrozado la pierna izquierda, nadie lo llamó por su nombre, sino por el mote por el que fue conocido a partir de ese momento: Capitán Pata de Palo, pues había sido ascendido a capitán. Por su servicio en la Flota, era muy conocido en cualquiera de los puertos de la costa oeste del Imperio: Tiaronesta, la antigua capital del Reino de Sinardia, Haloren, el puerto de la Flota Imperial o Esdáloren, el puerto que daba entrada al Golfo de igual nombre, eran las ciudades principales de esa costa, pero no eran las únicas en las que había hecho maniobras o defendido la frontera frente a distintos enemigos en todo tipo de escaramuzas.
Soportó con estoicismo las bromas, unas más bienintencionadas que otras, por la pérdida de de la pierna y por la subsiguiente necesidad de llevar una pata de palo, aunque al final lo hizo un rasgo distintivo de su personalidad, junto a dar lacónicas y directas respuestas, a su lealtad al Imperio y a una habilidad fuera de lo común en estrategia militar. El príncipe Erevin lo había conocido porque fue uno de sus primeros instructores y sabía lo estricto que podía llegar a ser, pero también lo comprensivo cuando debía serlo.
Todo ello le señaló como objetivo primordial de los espías extranjeros y también de la Emperatriz y su hijo Holingen en particular, aunque realmente se desató el interés por neutralizarle desde el momento en que se enfrentó a Hariokku, uno de los miembros más influyentes del Consejo imperial. Era conocido como un destacado comerciante con intereses muy importantes en diversas partes del extranjero y todos sabían que traía mercancías desde puntos muy distantes del Imperio. Anteriormente, había habido pocos problemas porque el margrave de RocaStretta siempre había sido alguien discreto. Pero, entonces, llegó aquel mensajero, a quien tuvo que responder un mensaje urgente en menos de tres días (dio la respuesta en menos de 12 horas), amenazando con cancelar todas sus relaciones comerciales con aquel país extraño, si no aceptaba sus condiciones.
Hariokku, al principio, se había negado pero, después de que comenzasen a no admitir sus barcos en diversos puertos en los que habitualmente atracaban para desembarcar las mercancías, aceptó la situación. Les hizo ver que cumplía con dicho cometido con renuencia, pero, posteriormente, cambió de opinión, al ver que ser fiel al Imperio no le reportaba ningún beneficio (mientras no le pillasen in fraganti), mientras que aquel comercio le reportaba pingües beneficios y, por supuesto, poder. A medida que más comerciaba con aquel país, trayendo sus bienes, comenzó a comerciar también con los países que quedaban al sur del imperio. Al final, tuvo que redoblar sus esfuerzos en seguridad en sus buques, pero, a diferencia de otros comerciantes, él aún no había perdido ninguna carga, lo que le hacía sentirse orgulloso de sus capitanes y contento de su buena suerte.
El Capitán Pata de Palo sabía que aquel enfrentamiento le había hecho conocido entre unos y otros, en unos casos para bien y en otros claramente para mal. Rumores por algunos lados y mensajes más o menos expresos le habían revelado que era un objetivo muy codiciado: había habido planes para matarlo y otros para secuestrarlo para conocer los planes del Imperio. Por eso, cuando vio a aquel marino en uno de sus barcos, se hizo muchas preguntas mentalmente. Sí, aparentemente, no parecía haber ningún problema, pero tenía la intuición de que no tenía mucha idea sobre el mar, aunque se jactase de lo contrario.
Eran pequeños detalles pero muy reveladores para un ojo experto como el suyo. No, no se había mareado ni desconocía cómo hacer un nudo marinero. Pero por ciertos comentarios y reacciones sabía que, por ejemplo, no sabía qué tenía que hacer en una tormenta ni cómo debía orientarse en el mar, algo que era letal para alguien cuyo medio de trabajo dependía de seguir vivo y salvar la nave y a sus compañeros, incluso en caso de naufragio, dentro de lo posible.
Foto de Oscar Bahamondes Carmona.
Sin embargo, aquel marinero sospechoso sí prestaba demasiada atención y hacía innumerables preguntas, pero siempre intentando disimular su interés, por los movimientos de los barcos, no sólo del suyo si no también de cualquiera otros, ya aprovechando que sus nombres salían en la conversación, ya sacándolos él mismo retorciendo incluso la conversación. A Olter le seguía sorprendiendo su habilidad para hallar datos incluso cuando nadie parecía dispuesto a dárselos.
Precisamente, así se lo había hecho saber al general de la Flota que quedó preocupado. Había mandado comenzar de inmediato una investigación lo más discreta posible de aquel sujeto. Pero nada se había sacado en claro de aquello. Sí, es cierto que andaba mucho por el puerto, sobre todo por determinadas cantinas, lo que le permitía alternar con marineros de diferentes lugares y además tener compañía femenina de vez en cuando. Pero no bebía alcohol y muy poco le habían podido sacar porque siempre parecía estar en guardia.
Incluso habían puesto a algunos a seguirle pero más allá de que había estado enrolado en el Barco de Pata de Palo y su afición por los masajes en un garito concreto del puerto para desentumecerle las piernas, habían podido encontrar pocas cosas.
Era muy cuidadoso, le habían dicho. Estaba claro que escondía algo pero era difícil saber qué. Se lo hicieron saber discretamente a Pata de Palo quien aconsejó que lo llevaran a otro lugar que no fuera tan peligroso para el resto de la tripulación.
El general decidió entonces que debía poner todo aquello en conocimiento del Almirante. Se conocían desde hacía muchos años: no sólo por rango, el general lo respetaba, también porque sabía que leía a la gente como nadie, era rara la vez que sus intuiciones no eran correctas. Ahora, debido a sus obligaciones, no podía ya dedicarse a la formación de los nuevos reclutas, algo que había hecho durante largos años, haciendo gala de una perspicacia poco usual. Había descubierto cualidades muy interesantes para la Armada en diversos reclutas que otros hubieran simplemente rechazado, dando sólo informes negativos de aquellos que efectivamente se lo merecían, sin importarle de quién se trataba.
Así que, de inmediato, el General informó al Almirante de lo que había averiguado y acordaron estudiar cuidadosamente la situación y tomar una decisión.
Pata de Palo se dio cuenta de repente que el marinero actuaba distinto, volvían a ser detalles pequeños pero significativos: ya no hacía tantas preguntas y estaba huidizo; no contestaba a las que se le hacían a él o simplemente demoraba la contestación y acababa diciendo tonterías. Así que supuso que alguien se había ido de la lengua. Decidió no volver a decirle nada en general, salvo que no hubiera más remedio, hasta tener un conocimiento más profundo de lo que de verdad se traían todos entre manos. O de saber quién estaba yéndose de la lengua y dónde.
A los pocos días se presentó un mensajero de la Capitanía de Intendencia del Puerto. Pata de Palo despachaba en su despacho de la Capitanía Naval que estaba a menos de 10 minutos andando del edificio en el que se encontraba aquella, siempre que su barco, el Mar Embravecida, estaba en el puerto.
En aquel momento, el Capitán Pata de Palo llevaba su pulcro y usado uniforme de diario con el pelo largo hasta los hombros, la barba y el bigote cuidadosamente afeitados, la piel cada día un poco más morena y el cuerpo cada día más enjuto. Se había ya acostumbrado a la pata de palo y ahora ya se reía de su sobrenombre. Es más, había aprendido que los nuevos se sentían maravillados de la forma en que era capaz de mantener el equilibrio en el puente del barco a pesar de aquella pata de palo.
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Su uniforme oscuro, de color granate excepto las calzas que eran de color blanco, aún potenciaba más su evidente delgadez. Rodeado de mapas militares, documentos oficiales, listas de intendencia y demás, no oía que estaban dando golpes a la puerta; cuando se quedaba absorto, era difícil interrumpir su concentración.
El ayudante, sabedor de esa circunstancia, abrió la puerta y se plantó delante de él:
- Un mensaje urgente de la Intendencia, señor. - Sólo entonces Pata de Palo se enteró de que no estaba sólo en el despacho.
- ¿Lo tienes? ¿De qué se tratará ahora? -rezongó. Burócratas, eran un incordio, tenían ese tonito superior-.
- No, señor, lo ha traído un mensajero.
- Hazle pasar, Thongorn -estaba resignado. Seguía preocupado por los rumores que llegaban del oeste. Pero también sabía que muchos resultaban ser falsos y simplemente aguardaba en que hubiera alguna noticia más tangible para opinar-.
El gordito ayudante tenía apariencia inofensiva pero más de uno se había arrepentido de fiarse de esa apariencia. Pata de Palo sonrió al verle. Formaban un grupo divertido: él, tan enjuto y moreno; Thongorn, gordito y con apariencia afable y Ailorn, que no cabía por las puertas por su altura. DE hecho, le habían tenido que hacer una litera especial en el barco y luego habían tenido que hacerlo un cubículo a su medida cuando ascendió a oficial.
El hombre que entró tenía una cara interesante, rodeado de un pelo ondulado y oscuro. Ojos separados y oscuros, nariz grande y huesuda y sobre todo, estaba aquella boca de labios finos y color apagado, curvada en una mueca de ironía que adivinó permanente. Era de mediana estatura, llevaba el uniforme del servicio de correos imperial, verde con botas altas de montar y las dos espadas reglamentarias cruzadas en la espalda.
Cuando le vio, sus presentimientos aún empeoraron. Nadie mandaba a un mensajero militar si lo que traía no era grave.
- Me han dicho que tenéis un mensaje para mí.
- Sí, así es, señor - dijo él saludando marcialmente según el saludo trinitario-. Me han ordenado que les lleve la contestación, por lo que me quedaré esperando fuera hasta que haya leído el mensaje que traigo y tengáis a bien darme una contestación que debe ser por escrito y sellada.
- Muy bien -
“¿Lo ves?”, pensó. “Más trámites. Otra vez los burócratas. Con lo fácil que sería darle la contestación de viva voz al mensajero. Pero entonces no se dejaría constancia de lo que él había dicho y por tanto, si había un problema no se sabría a quién echar la culpa”. Mecánicamente, había separado la silla de la mesa y descubierto una parte de ésta, poniendo los mapas en una mesita que tenía detrás y se sentó, poniendo con cuidado su pata de palo en un reposapiés que, al efecto, había debajo de la mesa. Había comprobado que, en caso contrario, le acababa doliendo la ingle.
Abrió con cuidado el mensaje, para no romper ninguna parte del mismo, y lo desplegó en toda su extensión. Contenía, además, otro mensaje más pequeño que casi se le cae pero lo atrapó al vuelo. Se veía que había sido escrito a prisa y corriendo, porque parte de la tinta se había corrido. Con preocupación, leyó la nota:
“No he podido hacer nada para evitar su reasignación. Hemos estado siguiéndole pero no hemos localizado nada sospechoso”.
Frunció el entrecejo. ¿Reasignación? ¿Cómo que reasignación? ¿Por qué una reasignación requería un mensajero militar como correo?
Retiró la nota y miró el nombramiento: reasignaban al marinero que le parecía tan sospechoso, al Cuartel de Intendencia del Puerto del que provenía la nota.
Aún frunció más el ceño. ¿A Intendencia? ¿Pensaban que era un espía y le reasignaban al cuerpo que se dedicaba a organizar los suministros de armas y de alimentos, entre otros? Aquello debía ser una broma macabra: no quería ni imaginarse lo que aquello podía producir, en caso de que sus sospechas fueran ciertas.
Se frotó los ojos y miró después al mensajero. De repente, le dolía de nuevo profundamente su inexistente pierna izquierda.
- Me hago cargo. Toma asiento que ahora mismo te voy a dar la respuesta.
Pata de Palo había cambiado a una forma más coloquial porque se estaba empezando a enfadar, aunque debía cumplir la orden, exactamente igual que el mensajero, que seguía de pie sin sentarse a pesar de que le había invitado a hacerlo. Pero daba lo mismo, el mensajero no era el responsable de su enfado cada vez fuera a más.
Así que cogió su pluma, la mojó en tinta y escribió con cuidado:
“mensaje recibido. Voy a estudiar la cuestión planteada. Cuando esté listo, le avisaré de la forma acostumbrada”.
Si alguien interceptaba aquel mensaje, pensaría que se trataba de algún movimiento estratégico, no de lo que ocurría de verdad.
Dobló cuidadosamente el mensaje, estampó su propio sello que estaba en el anillo que llevaba siempre en el dedo anular de la mano izquierda e, irguiéndose en su asiento, se lo entregó al mensajero.
Olter Pata de Palo continuó contando los extraños acontecimientos que les habían llevado a ser capturados el día siguiente a la muerte del Emperador.
- Así que el General Minorato, ya sabes, este señor que tiene voz ronca y siempre te mira como si te fuera a descomponer, me mandó ir a su despacho y tuvimos una conversación bastante interesante. Allí, me dijo que el marinero de quién yo sospechaba era un enviado de los Grandes Maestres, que habían interceptado en Bonardia una nota en la que se venía a decir que se preparasen porque mucho iba a cambiar y, entre otros nombres, se había mencionado el mío y el suyo, Alteza. El General, obviamente, se preocupo.
Erevin frunció el ceño.
- Sí, recuerdo recibir una nota sin remite ni nada, diciendo que debía estar atento porque parecía que algo se estaba preparando, hace menos de un mes.
- Por lo que me dijo el General, tenían problemas en mandaros un mensaje porque no estabais en puerto y no podían mandaros un búho porque se notaría demasiado que algo muy grave pasaba y querían estar seguros antes de alertar a todo el mundo.
Olter paró, pensando en qué había pasado después para guardar el orden de los acontecimientos:
- Después llegó la noticia de que Everingen partía para su castillo al norte de Naras y un poco después que Toringen III había fallecido. Tuve varias conversaciones con el marinero que me había parecido sospechoso. Al principio, no me dio mucha información: parecía no tener muchas ganas de compartirla. Pero sólo dos semanas antes de la muerte de vuestro padre, tuvimos una conversación en la que me dijo que había recibido órdenes de sincerarse conmigo porque cada vez había más indicios de que se iba a producir algo muy grave y que necesitaban que estuviese preparado.
- ¿Sospechan que mi padre fue asesinado? - preguntó Erevin.
Olter frunció el ceño y se quedó pensativo.
- Eso fue precisamente lo primero que le pregunté: si había algún indicio de ello. Me contestó que no, aunque no podía estar seguro de ello porque a él le habían mandado que vigilase la Flota. Me explicó que había descubierto que el Encargado del Puerto de Haloren había sido chantajeado por su vida poco edificante por agentes que no tenía duda alguna, eran de la gente de Hariokku. O, al menos, de su entorno. Parecía que estaban intentando envolver a los principales integrantes de la Flota imperial y a las personas que controlaban el acceso a los puertos, porque en Esdáloren había pasado algo parecido, según le habían informado.
- ¿Y Nirándonir?
- Ya sabéis cómo es: actúa antes de pensar, aunque si sale vivo de esta, dudo que siga actuando igual - Pata de Palo estaba realmente preocupado -. Se le informó, pero le parecía tan inconcebible que no adoptó muchas de las medidas que se le aconsejó que tomase. Aunque dudo, y esto lo digo sin estar él presente, que hubiera tenido muchas probabilidades: era necesario impedirle que pudiera actuar. Dudo que lo hayan matado pero no sé cuál será su estado cuando lleguemos a él.
- ¿Sabéis dónde lo tienen?
Arbil y Eilos extendieron un mapa del Golfo de Esdáloren en la mesa que había entre ellos: aunque fuera de noche, hacía una luz clara, ahora que las nubes, en su mayor parte, se habían disipado. Otro marinero trajo una vela y la sostuvo para que pudieran ver bien encima del paliondrado estirado.
- No lo sé a ciencia cierta: sé que no le llevaron al mismo sitio que a los demás, porque no quieren que sea liberado. A nosotros nos tenían tan hacinados que dudo que se hayan dado cuenta de que nosotros 7 pudimos escapar. Pero sí que tengo una idea de dónde puede estar: al borde norte del Golfo, el Bosque del Oeste llega casi hasta la costa. Ahí hay una estructura defensiva muy antigua que parece (sólo parece) abandonada, pero que, según mi información, algunas obras se han hecho en la parte que queda bajo tierra. Imagino que esas obras se han hecho con el fin de poder habilitar las mazmorras para la llegada de más gente.
Arbil habló entonces:
- Señor -dijo refiriéndose a Erevin-, nos acaban de hacer una seña: parece que el marinero que recogimos en el monasterio del Sur de Haloren, acaba de despertar.
- Vamos, Pata de Palo, necesitamos saber qué nos tiene que decir.
Con rapidez, se dirigieron al pequeño habitáculo que habían podido adecuar para cuidar de aquel marinero. Era un hombre de aspecto extraño, grandes bigotes, ojos grandes y oscuros, piel cetrina y cuerpo huesudo. Estaba muy asustado: no dudaban que había visto algo muy grave que lo había trastornado: esperaban, sin embargo, que su estado fuera temporal.
Cuando les vio entrar, empezó a temblar.
- No puedo hablar, pero tengo que hablar -repitió aquellas palabras como si fueran una letanía varias veces. Al final, miró atentamente a Erevin y luego a Pata de Palo y dijo-. Tengo imágenes en la cabeza que no puedo comprender y no dudo de que las han puesto ahí para torturarme - se rascó la cabeza y cerró luego los ojos, como si quisiera recordar-. Hace cosa de una semana, un hombre rarísimo vestido de negro llegó a una posada donde unos compañeros y yo estábamos cenando. Uno de ellos se iba unos días de permiso porque se acababa de casar y se lo habían concedido antes de darle la retirada definitiva del servicio. La verdad, ninguno notamos nada raro hasta que aquel hombre pasó a nuestro lado y se dirigió al posadero.
- ¿Eso fue en Haloren? - preguntó Elios.
- Sí -dijo el hombre mientras asentía-. Al cabo del rato, vimos que un hombre con uniforme de alguna casa importante, venía a por él y, después de tomarse la jarra de cerveza, el extraño salió con él de la posada.
- ¿Cómo era aquel uniforme? - preguntó Tinodar.
- La verdad, yo no miraba a la barra, estaba casi de espaldas, así que no se lo puedo decir. Pero los días posteriores empecé a tener una pesadilla recurrente: veía a un hombre encadenado en una mazmorra, extenuado y solo. Los dos primeros días pensaba que ese hombre era yo, pero al tercero, empecé a notar que no lo era.
- ¿Era el Barón? - preguntó Erevin.
El hombre asintió y empezó a llorar.
- Es espantoso, no puedo más… - el hombre temblaba.
- No os molestaremos más… -dijo Erevin levantándose, dispuesto a irse.
- No, aún queda otra cosa. Volví a ver a ese hombre, señor. Lo volví a ver el mismo día en que nos cogieron: pero entonces también vi su cara y eso es aún peor que un sueño. Era pálida, con dos ojos pequeños y juntos como si fuera un pez… no era normal, nos miraba como si fuéramos su alimento…
Pata de Palo y Erevin se miraron:
- Es un robavidas. Mandaron a una de esas cosas a por Nirándomir. Y no dudo que hay más de uno buscándome a mí. -Erevin se levantó y miró por el ventanuco-. Otro regalo de mi cariñosa madre -luego se volvió y le preguntó-: ¿Y cómo conseguiste escapar?
- Nos ordenaron subir al barco y allí pareció que el capitán había sido maniatado y amordazado, lo que también había pasado a otros oficiales. Pero nosotros no lo supimos hasta que estábamos en alta mar. Algunos, al saber que estábamos bajo ataque, intentamos tirarnos al agua, pero sólo unos pocos lo conseguimos. Yo pude llegar a la playa del Monasterio donde intenté explicarles lo que pasaba pero no sé si hicieron algo…
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- Oh, sí, -dijo Arbil-, hicieron lo que tenían que hacer y todos los monjes, con pocas excepciones, fueron asesinados.
El marinero se tapó la cara con las manos y luego dijo:
- Pero ¿qué está pasando?
- No os preocupéis, ahora estáis a salvo. Descansad: ya hablaremos de eso, cuando os hayáis recuperado. SI necesitáis láudano o sisébano para poder descansar, no tenéis más que decirlo. Cansado y miedoso no os hacéis ningún bien. Necesitamos a todo el mundo lo mejor posible - Erevin le dijo todo ello y el hombre pareció ganar un poco de color y al final se cuadró- . La experiencia ha tenido que ser terrible, pero eso es lo que quieren: que tengamos tanto miedo que nadie haga nada.
Después le sonrió con afecto y salió del camarote, subiendo al puente y mirando al mar.
- Señor -dijo detrás de él Eilos-. Está claro que algo más de lo que nos ha contado le han hecho: tiene mucho miedo. ¿Habrá sido el robavidas?
- No tengo ni idea. Pero tenemos que liberar la Flota. Y no va a ser nada fácil. Estoy muy preocupado por Nirándomir. Cuando lo aceptó, sabía que su puesto era peligroso, pero desde luego no hasta estos extremos. Tenemos que diseñar una estrategia -dijo mientras miraba a Pata de Palo-, algo que nos permita liberarlos sin que quien dirija a todos estos, se dé cuenta. Pero para eso tenemos primero que saber quién los dirige…
- Oh, eso es fácil. El Consejero Hariokku piensa que es él… pero no dudo de que él simplemente es un muñeco en manos de quien realmente tiene el poder - dijo Eilos.
Olter rió a carcajadas.
- Aprenden rápido.
Erevin sonrió.
- En una semana, estos dos monjes han vivido muchos más peligros que la gente en general en su vida. Tenemos eso sí, que esperar a ver qué han descubierto los duendes…
- ¿Duendes? - Dijo divertido Olter.
- Oh sí… Tenemos cuatro duendes abajo que saben más sobre libros que muchos humanos. Y dos de ellos son dos duendesas que podrían embrujar al más duro de cualquier tripulación.
Pero entonces, de la escalera que subía de la bodega, salió Gutron. Para ser normalmente tan serio, en aquel momento sonreía con felicidad:
- ¡Hemos tenido suerte! ¡Milwnor acaba de encontrar algo muy interesante!
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