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El Golfo de Esdáloren, una masa de agua salada que penetraba en la península de Sinardia como un bocado en una manzana, era traicionero a la entrada, donde el agua del Golfo se unía al mar. Pero era tranquilo una vez que se había penetrado dentro de su masa de agua.
La noche estaba oscura: las nubes tapaban las tres lunas y había poca claridad lo que facilitaba las empresas solitarias o secretas. Había pescadores que dedicaban aquellas noches a buscar perlas, respecto de las que había normas que les podían prohibir su recogida: había límites de recogida, de forma que si les cogían con más cantidad podían enfrentarse a penas bastante severas. Aquellas normas no habían sido impuestas por el Emperador sino por Hariokku, el margrave de RocaStretta, cuya hija era la prometida de Holingen, el primer hijo de la Emperatriz viuda. Quería tener el monopolio de las perlas, no sólo para sí mismo, sino también para exportarlas a tierras lejanas: eran una rareza allí y sabía la gran cantidad de beneficio que eso le reportaría. De ello, no había informado al Emperador, que desde luego no hubiera dado su permiso para nada parecido. Pero su presencia en el Consejo de Sabios lo hacía prácticamente invulnerable porque sabía de antemano las decisiones que se iban a tomar.
Aquella noche oscura un barco mercante había entrado en el golfo con gran maestría y no se había parado ni había sufrido problemas en cuanto a la dirección de su ruta. En un momento determinado, después de haber cruzado la zona peligrosa, sí se había parado un momento. Pero parecía más como si el viento se hubiera dejado de soplar un momento para cambiar de dirección.
Un ojo atento hubiera visto cómo una barca bajaba desde el barco, por encima de la quilla. Después, el bote era depositado con cuidado en el agua para salir remando de forma casi inmediata. Pero las nubes no facilitaba la visión y aquel bote era pequeño en comparación con el barco desde el que había sido descargado, aún más si se intentaba ver desde lejos.
La primavera iba estando más avanzada y la temperatura, cada día más cálida, producía niebla algunas noches en la zona más cercana al agua. Aquella noche, sin embargo, lo que más impedía la posibilidad de ver con claridad era la falta de luz al estar las lunas detrás de las nubes. La niebla, sin embargo, se iba disipando debido a que las temperaturas iban descendiendo conforme avanzaba la noche.
Desde la costa sur del Golfo, la visibilidad no era posible por la distancia. Pero desde la costa norte, en otras noches sí era posible ver aquella zona del Golfo, pero aquella noche era difícil. Los guardias de la fortaleza sí vieron al barco pero no al bote: simplemente consideraron que debía ser otro barco pesquero echando los redes.
Así que no vieron que el bote se aproximaba cada vez más a la vista. Iba recta hacia una playa situada en el parte norte del Golfo. Era evidente que quien la llevaba era conocedor del mar y, en particular, de las corrientes internas que allí existían porque no afectaron lo más mínimo a su pilotaje.
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Cuando llegaron a la playa optaron por virar un poco hacia el oeste porque al final de la playa había un gran acantilado. En la zona oeste de la playa, un gran acantilado contenía algunas cuevas donde podrían esconder el bote y dar los últimos retoques al plan que los había llevado allí.
A lo lejos un navío de guerra se aproximaba a la zona haciendo una ronda nocturna: precisamente como Hariokku sabía lo que pasaba en las noches sin lunas, había instaurado dichas rondas para detener y castigar a los que desafiaban sus supuestos derechos sobre los recursos del Golfo. Así que aquel barco vigilaba la existencia de cualquier bandido, pirata o rebelde que estuviera por los alrededores.
Pero los del bote fueron mucho más rápidos, aunque, debido a la poca luz y a la niebla, ni siquiera sabían que el barco armado les seguía. Tampoco el barco los había visto ni siquiera imaginaban los soldados que iban a bordo que alguien estuviera por aquel área. Sin embargo, parecía que sí tenía idea de que debía ir hacia el acantilado a comprobar que no hubiera nadie por allí.
En el acantilado había varias cuevas, así que los que iban en el bote eligieron la tercera hacia el oeste y con cuidado, una vez dentro, lo cogieron a hombros y lo escondieron entre las rocas que quedaban entre la penumbra y las sombras del fondo. Desde fuera, era imposible ver el bote e, incluso, desde dentro, era complicado, casi imposible de detectar, aunque entraran con algunas velas.
Mientras, los hombres que habían venido con el bote, por si acaso, se zambulleron en el agua y pasaron por debajo de las rocas, a la siguiente cueva. Y fue allí donde oyeron que un barco se aproximaba. Aún se escondieron más entre las sombras, envolviéndose en las capas oscuras que llevaban de forma que no se pudiera ver nada que pudiera desvelar su posición si el barco pasaba tan cerca como para poder ver algo entre tanta oscuridad.
Vieron que el barco pasaba, iluminando lo que más podía el área y mirando dentro de cada una de las cuevas. Pero no parecieron detectar nada importante y pasaron de largo. Cuando dejaron de oír al barco, uno de ellos, más alto y fornido que los demás dijo en voz baja:
- No se han ido. Apuesto lo que queráis a que están ahi afuera esperando a que salga alguien para atraparlo. Si salimos tiene que ser de uno en uno o, como mucho de dos en dos y por el mar. A esta hora y sin luz, cuanto más pequeño sea el objeto, menos probabilidad habrá de verlo.
Sacó entonces un mapa y lo puso en una roca en la que había un poco más de claridad y señaló un punto en él:
- Nuestro destino es este: la puerta de Aniróndein.
- Perfecto: nos queda claro a todos. Alteza - dijo dirigiéndose al hombre que había hablado el que había pilotado el bote, el marinero Takrion-, creo que debéis ir el primero-. Yo iré con vos. Después, deben venir Gutron y Tunadros y, por último, Dómulos y Yanos - mientras, señalaba a cada uno de ellos.
El primer hombre lo miró y dijo:
- No, mejor Gutron irá con Dómulos y Tunadros con Yanos.
Los otros aceptaron sin dilación. Esperaron un poco más y los dos primeros salieron: el príncipe Erevin dejó salir antes a Takrion, el piloto del bote. Quería asegurarse de que no eran traidores: Olter le había dicho que podía fiarse de ellos, pero tal y como estaba la situación, no iba a poner su vida y la del resto en peligro. Asimismo, antes de salir, se había asegurado de que Gutron y Tunadros entendieran de qué se trataba. Tunadros no sabía si le había visto, aunque le parecía que sí, pero Gutron había asentido con pesadumbro: el duende era mucho más inteligente de lo que su aspecto rudo daba a entender.
Salieron y no encontraron ningún problema en subir hasta la puerta de Aniróndein, la puerta de las Estrellas de Plata. Pero cuando llegaron, Erevin quedó petrificado: la puerta, que había sido una de las maravillas del Golfo desde su construcción, estaba en ruinas.
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- ¿Sabes? Nunca me hubiera imaginado que esta puerta estuviera en este estado. Sabía que estaba en ruinas pero, después de leer su descripción, es muy desagradable verla así…
Se volvió y entendió por qué había tenido sospechado de aquel individuo. Vio que le estaba intentando atacar con un puñal, a pesar de que era bastante menos fuerte. Erevin lo miró con su sonrisa de medio lado y le dijo, mientras desenvainaba su espada:
- Creo que has atacado al individuo equivocado…
Empezaron a dar círculos, esperando a que el otro atacase. Tarkion esperaba que el impetuoso príncipe se abalanzara contra él, pero no lo hizo. Sabía que ahora ya no estaban solos. Había alguien más allí, así que con tranquilidad, usando su mano izquierda, extrajo su ballesta de la parte interior de su capa y, sin mirar, disparó hacia la derecha. Un cuerpo cayó haciendo un gran ruido al lado de ellos y el príncipe sonrió de nuevo:
- Ahora ya estamos solos: vamos a continuar nuestro baile.
Tarkion, conociendo que había perdido, intentó huir, pero el príncipe cogió una daga que llevaba al cinto y la lanzó hacia la espalda del traidor. Pero en su caso, algo pasó: el cuerpo se quemó de forma inmediata. Fue entonces cuando fue hacia atrás y examinó al que había matado primero: era un hombre normal. Pero cuando miró las manos entendió algunos rumores que había circulado: aquel hombre no era libre. Hariokku estaba importando esclavos para que lucharan por él. Aquel hombre era mucho peor de lo que cualquiera de ellos había podido imaginar.
Al poco rato llegaron Gutron y Dómulos y se quedaron muy sorprendidos de lo que había pasado. Erevin los miró y les dijo:
- Ese no era Tarkion: han mandado a alguien a quien, no sé cómo, lo han transformado en alguien que se le pareciera. Pero tenemos otro problema: Hariokku está importando personas de otros países y los está esclavizando para que luchen por él. Estoy seguro de que está haciendo su propio ejército. Quiere algo, aunque no tiene ni idea de aquello a lo que se va a tener que enfrentar.
Poco tiempo después, llegaron también sin novedad Tunadros con Yanos. Venían bromeando y riéndose, aunque de forma comedida. Pero se quedaron sin palabras una vez que llegaron allí y vieron lo que pasaba.
- ¿Qué ha pasado?
- Tarkion no era quien decía ser. Y había otro individuo preparado para matarnos por la espalda según llegásemos mientras él nos distraía.
- Pero si todos lo habían reconocido como tal… - dijo Tunadros.
- Estoy seguro de que parecía él y había pocas dudas al respecto. Pero no era él.
Los dos marineros se miraron entre aterrados y sorpendidos.
- Eso quiere decir que puede haber más personas entre nosotros que estén en esa misma situación.
Erevin asintió. Tunadros pareció recordar algo:
- Ahora entiendo algo que me parecía haber oído mal. Hablaban de un brujo de Tandras al que llamaban “el cambiaformas”, pero no me extrañaría que fuera este mismo.
- Mi madre, otra vez. En fin, tenemos que hacer lo que hemos venido a hacer, pero tenemos que ser mucho más cuidadosos.
Sólo entonces oyeron un ruido muy extraño y Erevin les llamó para que se escondieran porque no sabía lo que venía.
Al final del Bosque del Oeste, aquella misma noche sin lunas, dos ancianos y una mujer acababan de emerger hacia una de las carreteras que llevaban a la costa. Danladia, Eliandar y Korian miraron hacia la lejanía. Danladia se sentó y respiró hondo: quería saber dónde estaban. Los dos ancianos la miraron como si no entendieran muy bien lo que hacía, pero respetaron lo que hacía.
- Creo que tenemos que ir hacia el oeste, pero debemos tener cuidado: hay gente muy extraña por aquí.
Korian la miró y dijo:
- No hay problema: creo que podemos transformarnos y volar a través de las nubes.
- Buena idea, dijo Eliandar.
Así lo hicieron y, en cuanto Danladia estaba montada en Eliandar, levantaron el vuelo y Korian no dejó de mirar, escrutando con cuidado el suelo. Pero antes de que viera algo, Danladia dijo:
- Mirad ahí, algo raro está pasando.
Bajaron hacia el suelo y volvieron a su estado original: entraron a través de la puerta de Anirándina y miraron al hombre muerto en el suelo.
Eliandar se inclinó y le tocó la cabeza. Su cara fue poniéndose cada vez más sombría conforme parecía saber lo que había pasado.
- Este hombre es un nómada del Este. Lo vendieron al margrave de RocaStretta hace más de un año. Y no fue el único: parece que el margrave quiere enfrentarse a la Emperatriz o, en su caso, para tener cartas de jugar contra ella. Imagino qeu es por lo que secuestró la flota. Quiere usarla en su propio beneficio.
Erevin salió de su escondite, pero antes de que pudiera decir nada, el anciano que no estaba cerca del cadáver se aproximó y le dijo:
- Alteza, es un honor por fin conoceros.
- ¿Quién sois vos?
- Somos personas muy desconcertantes, dijo Korian divertido -. Ahora en serio, hemos venido a ayudaros.
- ¿A qué? - dijo Gutron. Le parecía un poco extraño que una mujer y dos ancianos les fueran a ayudar en algo.
La mujer, sin embargo, se había acercado al lugar donde Tarkion (o quién fuera) había desaparecido. Se inclinó y pareció tocar el suelo:
- Es extraño, no era el hombre que vino pero, a la vez, era él. Imagino que cuando le veamos, está inconsciente o atontado. Su estado debe ser bastante penoso actualmente: el cuerpo creo que ha quedado vacío. La magia que han usado contra él es muy poderosa, pero no sé de dónde ha venido.
Se levantó y continuó:
- Si efectivamente alguien humano se ha aliado con un brujo capaz de una magia tan avanzada, acabará siendo su esclavo aunque a él le parezca lo contrario.
Se volvió y miró a Erevin:
- ¿Por qué estáis aquí?
Erevin respondió:
- Necesitamos liberar a la Flota que está en la fortaleza de Anírio, pero nuestra misión es la liberar al barón de Nirándomir, que entendemos está aquí abajo en las mazmorras.
Ella repuso:
- Entiendo. Vais a necesitar nuestra ayuda. ¿Sabeís por dónde se entra a las mazmorras?
Erevin sacó el mapa del Golfo que llevaba y lo desplegó:
- Estamos aquí - señaló a la puerta de Aniróndein - y tenemos que ir a la entrada de las mazmorras. La antigua fortaleza lleva derruida bastante tiempo, pero necesitamos encontrar las mazmorras. En el mapa, esa entrada parece estar aquí, pero no sabemos dónde estará hoy.
Danladia lo miró:
- No os preocupéis, será fácil encontrarlo. Esperadme aquí.
La mujer emprendió el camino sola, como si conociera el área y no tuviera problemas con nada. Ellos se escondieron mientras ella volvía.
Un poco más adelante, el camino se veía desierto. Sólo un ruido rítmico en el suelo anunciaba que algo iba andando por él, aunque cualquier observador hubiera creído que algún pájaro iba por allí y no se le veía entre la maleza. Unos metros más adelante el ruido cesó y volvió sobre sus pasos.
Cuando habían llegado a la vuelta, la mujer volvió a aparecer y les dijo:
- Sé por dónde hay que pasar, pero necesitaréis ayuda: hay algunas criaturas como la que os atacó, Erevin. Pero creo que podremos arreglarlo.
Korian entonces intervino:
- Tendremos que saber cómo atacar. Es mejor que no se vea desde el mar o desde cualquier otro lugar de los alrededores.
Erevin dijo:
- No va a ser necesario, creo. Esperad a que salgamos…
Ellos se miraron.
- No es tu responsabilidad -dijo Eliandar-. Y sabes que tu madre ha mandado hacedurmientes en tu contra, ¿verdad?
- Sí, eso ya lo sabía. Dejadme abrir paso. Seguidme en unos momentos. Yo seré la distracción.
Desapareció, después de sonreír de medio lado hacia los que estaban detrás, un poco antes del camino, mientras presionaba una especie de palanca totalmente ruinosa y oxidada que había en un lado del quicio de la puerta de Anirándina. Había descubierto la entrada a las mazmorras. Los demás entraron por el mismo lugar, excepto Eliandar y Korian: alguien tenía que quedarse para vigilar aquel sitio.
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