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La Perla Dorada del Sur había salido sin más incidencias del territorio del Imperio y se encaminó con vientos favorables hacia el lugar de donde procedían los integrantes de aquellos desconocidos “Pueblos del Mar” a los que pertenecía la tripulación del barco. Los habitantes del Imperio habían oído hablar de aquella Isla pero no sabían su localización exacta. La verdad es que sabían bastante poco de aquel pueblo por lo que Andrasio estaba nervioso, aunque intentaba hacer lo posible por dominar los nervios.
No era la estación más calurosa aún, pero el tiempo era agradable y los dos soles brillaban con una intensidad especial en las horas centrales del día. Eso hizo que muchos seres de las profundidades salieran para saludar a los viajeros. Andrasio pensaba que estaba soñando: había oído historias sobre estos seres pero nunca creyó verlos con sus propios ojos. Había sirenas cantando bellas canciones del fondo del mar pero también había algún ser monstruoso como dragones marinos o grandes y corpulentos tritones que lanzaban chorros de agua a la embarcación como si la conociesen.
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