Foto de eduardo199o9.
El Bosque del Oeste era una de las partes más extrañas del Imperio de Sinardia. Nunca fue conquistado pero como era dueño de todas las tierras de alrededor, se consideraba una parte más del Imperio. El Bosque era frondoso y antiguo, quizá la parte más antigua de todo aquel territorio. Su especial conformación venía determinada no sólo por la exuberante vegetación, sino los ríos, no muy grandes pero sí caudalosos en todo momento del año; y los lagos, no muy grandes de extensión pero algunos de mucha profundidad. Todo aquel agua acababa yendo o al río Iridio si se deslizaban hacia el norte o al Gran Río si se deslizaban hacia el sur. Excepto, claro, las aguas de los lagos que normalmente se transformaban en pozos de gran profundidad.
Foto de Connor McManus.
En el centro del bosque había árboles tan grandes que cualquiera de los ranfredos que daban nombre a otro de los grandes bosques del Imperio (aunque no era ni la tercera parte de extensión que el del Oeste), eran pequeños arbustos al lado de aquellos grandes yráiboliron de más de 50 metros de alto a los que se sumaban helechos de al pie de 10 metros y arbustos trepadores cuyas ramas se extendían a lo largo de kilómetros. La exuberante vegetación desprendía olores poco conocidos en otras partes del Imperio o, si lo vamos a poner, de la tierra entera: las flores de colores muy llamativos en la parte más baja del bosque, daban lugar, cuando penetraba la más leve luz solar, a una sinfonía de reflejos que sorprendía hasta a los pocos seres que allí vivían.
Foto de Bruno Abdiel.
Con esa conformación, la poca luz, los grandes árboles y las criaturas desconocidas, pocas personas se aventuraban dentro y muchas menos vivían allí. Sin embargo, sí había un pueblo, bastante aislado de lo que pasaba fuera de los límites del bosque, que vivía allí. Ellos se llamaban a sí mismos Balirakok, aunque difícilmente se podía saber qué significaba aquel nombre. Su aspecto era especialmente extraño: albinos de piel y de pelo, con los ojos azules demasiado claros, sus características venían determinadas por la vida dentro de aquel bosque, en el que pocos rayos de sol podían entrar hasta el suelo. Se alimentaban de bayas y frutas y preparaban algunas comidas con algunas hortalizas que habían aprendido a recolectar y algún que otro animal que cazaban dentro de los límites del bosque. Su idioma, que carecía de escritura o, al menos, así parecía por las pocas formas escritas que se habían podido encontrar, era desconocido para casi todas las personas del Imperio.
Sin embargo, sí había alguien que vivía dentro del bosque sin pertenecer a los Balirakok, aunque realmente nadie sabía cuál era su origen. Quien veía a Danladia, no podía determinar cuál era su edad. Y aquello no era lo único desde luego que podía considerarse como original o particular de ella.
Foto de Pablo Picardi Photography.
Era de mediana estatura y, a pesar de vivir dentro del bosque, no era albina. Vivía al lado de un cascada, que producía un pequeño almacén de agua que la servía para abastecerse del líquido elemento. De cabello castaño oscuro y ojos prácticamente del mismo color, gustaba de pasear por el bosque y los Balirakok gustaban de hablar con ella y preguntarla sobre signos en los cielos y potajes para curaciones. Quizás era de las pocas personas que sí hablaba y escribía su idioma, sin ser Balirarkok.
Conforme pasaba el tiempo, iba mirando con más ansiedad los signos claros que había en el cielo, porque había entendido que la situación era especialmente peligrosa, incluso para ellos dentro del Bosque. Así que, aunque continuaba con sus tareas normales, seguía con mucha atención lo que ocurría en el cielo. Cada vez más animales venían a refugiarse en el bosque, pero un día, uno de los Balirakok, un adolescente al que le gustaba oír las antiguas canciones que cantaba Danladia, llegó corriendo al lado de la cascada:
- ¡Daladiaaaaa! ¡Danladiaaaa!
- ¿Qué pasa, Kiarok? ¿Qué ocurre?
- Los ancianos quieren que vayas a hablar con ellos. Parece que han visto a una serpiente demasiado grande yendo por el borde del Bosque.
La mujer miró con preocupación al muchacho y le dijo:
- No te muevas de aquí. Si viene alguien, escóndete detrás de la cascada y no hagas ruido.
El muchacho asintió sin decir nada más y ella simplemente se sentó en el suelo y se concentró. Su consciencia viajó a lo largo de los límites del bosque, hasta que encontró a la bestia: sí, era una serpiente gigantesca y parecía que iba buscando algo. Era necesario poder saber lo que pensaba, las órdenes que tenía y para quién trabajaba. Y para ello necesitaba subir a lo alto de uno de los árboles pero también que aquel animal permaneciera en aquel punto sin moverse, así que le dio un entretenimiento: hizo ver que una luz le deslumbraba.
En poco tiempo había subido a lo alto del árbol y desde allí, mientras la serpiente simplemente intentaba ver quién era quien lo estaba molestando con aquella luz, ella penetró en su mente y vio algo que la aterrorizó sobre manera: vio un castillo sombrío y la capa de un emisario imperial entrando. Pero no sabía qué castillo era ni cuándo había sucedido aquello: aquello podía ser simplemente el plan. O si simplemente era algo que la serpiente sabía que pasaría pero que aún no había pasado. Estaba claro que aquel oficio no era el más inteligente de su especie, aunque no podía confiarse tampoco en ello: su instinto de caza estaba intacto.
Y justo cuando intentaba separarse de la mente de aquel ser, supo que su orden era encontrarla y matarla. Pero que tenía miedo de entrar en el bosque, así que iba a permanecer allí, vagando hasta que ella apareciese. Pero ella sabía lo que eso significaba: cualquier persona o animal que pasara por las cercanías estaba en peligro mientras que aquella serpiente no fuera ahuyentada o alguien pusiera fin a sus días.
Decidió que debía llamar a su guardián, que vivía también en el bosque, pero con quien normalmente no tenía por qué hablar: hoy sí, porque era necesario contarle su plan. Volvió a bajar y se dirigió a Kiarok:
- Di a los ancianos que no se preocupen: yo me encargo.
- Pero -dijo el muchacho con preocupación-, ¿de verdad no quieres que nadie te ayude?
Ella sonrió con afabilidad:
- Sí, me ayudarán, pero no tú. Venga, vamos, ve a decírselo y estad tranquilos. Nadie va a correr ningún peligro.
El muchacho la miró no muy convencido pero echó a correr a través de los estrechos caminos y pequeños puentes de madera que habían ido construyendo a lo largo de los años. En poco tiempo, no se le vio ya y Daladia aprovechó para llamar a su guardián. Al poco rato un soberbio grifo se presentó en aquel lugar: su plumaje se fundía con el lugar y eso le hacía prácticamente invisible, salvo para los ojos expertos. Vivía en un nido en un gigantesco yraibóliron, con su familia, como guardianes de los tesoros del Bosque, entre los que se contaba Daladia.
- Tenemos un problema, Grácilos.
- Lo hemos oído.
- ¿Partimos?
- Sí, No tenemos tiempo que perder.
Ella montó ágilmente en la grupa del grifo y ambos se dirigieron al lugar donde el gigantesco ofidio reposaba. Los soles había pasado ya el cenit del cielo, pues la tarde estaba ya avanzando, aunque aún no había llegado el atardecer. La luz del sol Wromar cada vez era más roja y se aproximaba más a desaparecer, mientras que Dortian permanecía aún un poco más lejos del horizonte. La quietud en el bosque contrastaba con la inquietud que ambos sentían: no podían dejar que aquel horrendo ser entrase en el bosque.
Cuando Danliada y Grácilos vieron al gran oficio entre la espesura, Daladia le hizo un gesto a Grácilos de que debió parar y dejarla en el suelo del bosque. Simplemente siguió andando como quien no quiere la cosa y salió a unos cuantos metros de donde se encontraba la serpiente.
Danladia simplemente se sentó en el suelo y esperó tranquilamente a que la serpiente se fijara en ella. Justo cuando el monstruoso ofidio iba a bajar en picado hacia ella, abrió los ojos e dijo en el antiguo lenguaje sinardio:
- Ankáliros, roslos, tanioálbulos (Detente, bestia, oye mi orden).
El ofidio, no acostumbrado a que le hicieran frente, se quedó perplejo y la miró desde arriba sin saber qué hacer. Pero ella sí lo sabía:
- Talklarios, roslos, suscímbaulos toslos (habla, bestia, sé sincera y rápida). Námbiros quíos tuilos? (¿Quién os envía?)
La serpiente dijo:
- Mujer, aunque no quiero, me estás obligando a decirte la verdad. He sido enviado para matarte.
Y entonces, la serpiente sonrió y bajó la cabeza hasta casi el suelo, para encontrarse que la mujer había desaparecido.
- ¿Dónde estás? ¿Tienes miedo? Oh, sí, debes tenerlo.
Sólo entonces sintió varios terribles pinchazos en el lomo, pero cuando se volvió para ver quién lo había hecho, sintió otros igual de profundos en la cabeza. Dolía, dolía muchísimo, pero no había más problema. Y entonces dijo algo entre dientes:
- No sé quién eres, pero ¿sabes que mi sangre es venenosa? Quien tome simplemente un poquito de ella, se envenenará.
Sin embargo, siguió sintiendo pinchazo tras pinchazo y de repente una fuerte cuerda la ató a uno de los árboles de los alrededores y allí estaba la mujer de nuevo:
- ¿Ahora apareces, mujer? ¿Has mandado a alguien para que luche conmigo porque tú no te has atrevido?
Sin embargo, se paró y enfocó bien: la mujer exhibía una sonrisa divertida y ¿triunfante?
- ¿Por qué ríes, mujer? ¿Acaso te hace gracia poder ser envenenada?
- No, eso no… Pero sabes, no creo que tu señor te tenga en mucha estima. Porque es él quién os ha enviado, ¿verdad?
La mujer vio la sonrisa tonta que ponía el ofidio y la miró, ensanchando su sonrisa:
- ¿Sabes por qué?
El ofidio no sabía qué le pasaba… pero cada vez se sentía peor, como… mareado.
- Porque seguramente soy la única criatura inmune al veneno de vuestra sangre… igual que lo son estos árboles. Los únicos que pueden contrarrestar el amargo y fuerte veneno de la sangre de las serpientes del desierto del Anahay después de haber pasado por las manos del Señor de los Nigromantes…
Y entonces entonó fuerte y alto una melodía corta:
- Albulus, roslos, sanglátidos rúmbolos. Albulus, roslos, aldikláros tómbulos (Límpiate, bestia, que tu sangre no sea venenosa nunca más. Límpiate, bestia, que lo oscuro en ti muera).
La serpiente emitió un aullido, potente y fuerte. Era tan lastimero que a kms hubo gente que sintió ganas de llorar. El cuerpo empezó a temblar y a retorcerse, lo que le generó grandes dosis de dolor. Su respiración, entrecortada, apena le permitía gritar de dolor, pero su lamento podía decirse que era aún peor.
Aquella transformación dura y dolorosa duró poco y, conforme avanzaba el cuerpo de la serpiente fue disminuyendo de tamaño, haciéndose más y más pequeña. Conforme avanzaba las fuertes ramas flexibles que lo atrapaban fueron siendo demasiado grandes como para sujetarlo y, al final, un hombre con harapos cayó del árbol. Desmayado, sediento y hambriento, pero sobre todo cansado, se quedó allí tumbado en el suelo, sin poder moverse.
Danliada sonrió y llamó a Grácilos: el grifo acudió enseguida y quedó sorprendido por el hombre. Lo examinó en silencio y después dijo:
- Danliada, imagino que te habrás fijado pero la ropa de este hombre tiene un escudo extraño.
- Sí, me lo temía. NO entiendo de heráldica, así que no puede decirte qué significa. Pero habrá que darle otras ropas y guardar estas para poder preguntar a quién sí sepa para que nos diga…
- ¿Dónde estoy? -dijo una voz quejumbrosa al lado suyo.
Danliada se arrodilló a su lado y le puso una mano en su pecho:
- Todo ha pasado. Necesita descansar y curarse.
- ¡Qué sueños más raros he tenido últimamente! -dijo el hombre sollozando.
- Eso ya ha terminado - le levantó del suelo y le montó en Grácilos- , llévalo a mi lago y sumérgelo en el agua. No se ahogará, necesita limpiarse de todo el veneno que su sistema aún tiene. Yo debo esperar aquí.
El grifo se inclinó ante ella y voló con el hombre, aún medio inconsciente hacia el centro del bosque. Ella, mientras sólo entró dentro de la masa arbórea y se sentó a esperar.
Al poco, un grifo aún más grande que Grácilos y con un pelaje mucho más apagado que él, aterrizó en el lindero del bosque. Con voz fuerte dijo:
- Busco a la Dama Danliada.
Ella salió tranquilamente del bosque. La criatura se inclinó con solemnidad:
- Tienes que estar preparada, los Dragones se han despertado.
Ella sonrió:
- Nunca he dejado de estarlo.
- Llegarán en breve, no más de una quincena. Avisa a todos los habitantes del bosque: todos deben oír lo que tienen que decirles.
Ella sonrió de nuevo:
- Así lo haré…
Pero el grifo continuó:
- Ellos te dirán algunas cosas más, pero debes prepararte para ir a Esdáloren. Hay quien necesitará tu ayuda en breve.
- Tendré preparado lo que necesite para ese momento.
- He visto cómo has transformado a esa serpiente: los dragones estarán satisfechos.
- No era un caso difícil: ese hombre nunca quiso transformarse, sino que quería ser humano. Algunos casos serán mucho más difíciles.
El grifo volvió a inclinarse y dijo:
- Hasta que nos volvamos a ver, Dama del Bosque.
La magnífica bestia se elevó volando en el cielo y en poco tiempo había desaparecido en el horizonte. Ella estiró los brazo e inhaló el aire puro. Después sonrió: debía volver para ver cómo iba a la curación del hombre. A pesar de lo que había dicho, quedaba aún mucho veneno en su sistema y era necesario que todo él fuera retirado. Miró hacia el horizonte: las tres lunas, Alkrania, Drania y Fandria, iluminaban bastante claramente todo lo que alcanzaba a ver y, al ser noche claro, también se veían las estrellas en el cielo.
Se volvió y echó a andar a través de los árboles, mientras iniciaba una oración por todos los desgraciados que hubieran sido transformados en bestias para servir al Supremo Señor Oscuro. Era necesario saber si aquel hombre sobreviviría: aquello traería esperanza al Imperio y también al resto de las tierras porque, “al fin y al cabo, cuando se persigue el poder absoluto, los límites nunca existen”, pensó, “si alguien no los exige”.
Y entonces, recordó la visión que había tenido: el hombre con librea imperial entrando en el sombrío castillo. Esperaba que el hombre se acordase de esa imagen, aunque dudaba que la hubiera conservado tras la transformación. Pero estaba segura de que, si había alguien que debería conocerla y examinar su significado, esos eran los Dragones.
Faltaba una semana. Ella estaba preparada desde hacía siglos, aunque algunos ya se hubieran olvidado de su existencia.
Basado en un microrelato.
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