Capítulo XXVII: Los fugitivos salen de los túneles (1)
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Lasánides había decidido no enfrentarse al hombre de la voz plateada y a la serpiente Slissas, que era lo que quería el Príncipe Erevin. Tenía sus razones, pero no era momento de explicárselas y mucho menos al Príncipe: sabía que era valiente, pero era aún joven y esa combinación a veces no daba buenos resultados. El buen militar no sólo sabía cuándo atacar, sino también cuándo no hacerlo: sólo si se tenía una elevada probabilidad de ganar, aplastando al adversario, era posible el ataque. Si no, un enemigo normal cogería prisionero al valiente pero poco razonable atacante y lo torturaría para sacarle información hasta incluso matarlo. Pero el hombre de la voz plateada no era desde luego un "enemigo normal". Si el Príncipe Erevin no se había dado aún cuenta, tendría que abrirle él los ojos pero tendría que hacerlo una vez que tuvieran un lugar pudiera ser defendido lo más fácilmente posible. Esto es, donde pudieran darse explicaciones con la tranquilidad necesaria para que pudiera entender y asimilar lo que se le decía.