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Malaban, Nragar, Daval y Bardianen prosiguieron su viaje hacia el puente de Ko-Or-Natu y las cataratas de Naras. El viaje había sido tranquilo gracias a que el serio duende Grendoar les había acompañado y sabía todas las vías y los caminos entre los túneles del bosque de los Ranfredos y, posteriormente, ya fuera de ellos, hacia el gran puente. Una vez que salieron pudieron ver el Gran Río que descendía hacia el Sur, majestuoso y lleno de agua, como correspondía al final de la primavera. Al otro lado, al oeste, se extendía la Estepa del Viento del Norte y sus temperaturas extremas y poco agradables.
Pero a este lado, al Este, la clíma era agradable y la vegetación abundante hasta las faldas de la Cordillera de los Picos Quebrados que quedaba aún más al Este. Mientras iban tranquilamente andando, vieron pasar pequeños pueblos que iban sirviéndoles de descanso y albergue y donde encontraban el suficiente alimento para poder continuar su viaje. Vieron pasar comerciantes, vagabundos, viajeros e, incluso, algunos individuos de mirada torva y pocas palabras. Pero entre todo ello, pudieron saber algunas noticias: especialmente preocupante era la desaparición del antiguo Jefe de Inteligencia, Mirondar, que había tenido la total confianza del fallecido Emperador Toringen III.
Sin embargo, su grupo era tan variopinto y las personas que lo componían tan poco convencionales que poco hacían, incluso los más peligrosos, aparte de mirarles. Grendoar, poco dado a las bromas, sonreía divertido cada vez que eso pasaba.
Malaban, especialmente, iba tomando buena nota de todo lo que veía e intentaba pasar lo más desapercibido posible. Pero todos en el grupo habían ido notando un cambio lento pero inexorable desde su intervención en el árbol de los duendes en el Bosque de los Ranfredos: una luz especial se había encendido en sus ojos y el miedo rara vez asomaba a ellos y cada día lo hacía menos. Todos habían acordado que algo en él se iba gestando que confirmaba lo que el Gran Dragón Elandiar le había dicho Nragar mucho antes de que Malaban siquiera estuviera próximo a su cueva al Sur de la Cordillera de los Picos Nevados.
Llegaron, por fin, a un pueblo relativamente grande que quedaba muy cerca, unas escasas tres leguas1 de Bonardia y, un poco menos del puente de Ko-Or-Natu. El extraño grupo eligió una posada de las afueras del pueblo para descansar aquella noche y, después de inspeccionar las habitaciones que el posadero les ofrecía, le pagaron 2 doblones de cobre y otro más por la cena y se sentaron en silencio a comer.
Cada uno pidió una dieta apropiada: Nragar se quejó por tener que comer carne con un cuchillo, cuando a él le gustaba a muerdos y con las manos y también de que no la tuvieran cruda, sólo asada. Pero ya estaba acostumbrado y, al final, se rió con Daval que había pedido un plano de heno con alfalfa y le habían dicho que eso sólo en los establos. Ya sabían las contestaciones, pero, aún así, seguían haciendo las mismas preguntas para reírse después.
Un poco después un grupo de viajeros entró. Bardianen se dio cuenta de que Malaban había cerrado los ojos y estaba concentrado en algo y él le imitó.
- Buena gente, qué quieren de cenar - dijo el posadero.
- Qué tienen -dijo el que parecía ser el líder de aquel nuevo grupo.
- Pues como la noche está un poco fría tenemos un rico potaje de alubias bonardianas o, si prefieren comida más exótica, el cocinero también ha preparado un rico estofado con especias que ha hecho las delicias de todos lo que lo han comida.
Cada uno pidió lo que más le apetecía y, además, el posadero les sirvió un rico vino de las tierras del Sur, previo pago de todo lo que habían pedido y de las habitaciones.
- ¿Qué tal por la ciudad?
- Bien, dijo el líder, aunque no pareció decirlo muy convencido.
EL posadero no preguntó pero Malaban entendió que algo muy grave les había pasado. Se levantó e hizo una seña a Nragar, que se levantó con cuidado y le siguió fuera.
- Algo muy grave les ha pasado -dijo Malaban cuando Nragar se les unió-. Están muertos de miedo: tanto que no tienen siquiera abierto su espíritu para poderme comunicar con ellos. Debemos intentar que confíen en nosotros.
Nragar estaba mirando a las lunes:
- Una noche muy extraña, ¿verdad?
Malaban miró a las lunas. En pocas noches se iba a producir un fenómeno extraño: las 3 lunas iban a estar todas en fase de plenitud, algo que no se daba muy a menudo. Pero, además, parecían brillar de forma mucho más fuerte que otras veces.
- La Noche de los Malos Presagios - dijo Malaban -, así la conocen en el Sur. Aquí se considera una superstición pero en determinados lugares es complicado no creer en ella. Vamos dentro: tengo que hablar con esa gente.
Al entrar, sin embargo, vieron que Grendoar estaba haciendo juegos malabares y bromas ante el grupo de viajeros y estos, entusiasmados ante su actuación, habían cambiado su semblante taciturno por otro mucho más alegre.
Malaban, sin embargo, tuvo un mal presentimiento, sintió que un frío antinatural se acercaba y ordenó que apagaran las velas, se callaran y cerraran las puertas y ventanas. Tan persuasivo fue que nadie, ni los comensales ni el posadero ni su familia, se opusieron a lo que decía y, en poco tiempo, la posada parecía un lugar muerto o abandonado.
Pero, no bien hubieron terminado cuando vieron a través de una ventana cuya contraventana no cerraba del todo bien, una sombra que tapó la luz de las tres lunas. Algo frío y tenebroso pasó por la posada, se paró, olió y se inclinó para oír pero no detecto lo que había venido a buscar. Pudieron sentir su incomodidad ante aquel hecho, que dudaba y no quería irse, mientras hacía una pasada detrás de otra. Pero, al cabo de un rato y sin encontrar lo que había venido a buscar, se esfumó.
Nragar y Daval miraban preocupados a Malaban que, sentado encima de la mesa con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, intentaba preservar lo mejor que pudiera la posada del ataque de aquella sombra. De repente, abrió los ojos y confirmó que la sombra se había ido. Y entonces se giró hacia los viajeros y dijo:
- Alguien bastante desagradable os está buscando.
Él vio las miradas de miedo entre ellos y con tranquilidad se sentó en un silla que había libre a su lado.
- Habéis visto algo que no deberíais haber visto. No tengáis miedo. Estamos aquí para ayudaros.
Después de más miradas aterrorízadas, el líder habló:
- La verdad es que sabemos desde cuándo nos persigue esa cosa, pero no sabemos por qué lo hace. Hace dos noches, nosotros tres -señaló a otros dos de los que estaban sentados a la mesa, todos hombres, uno fornido, otro bastante delgado, pero bien parecido y, el tercero, el líder- volvíamos de una taberna un poco achispados, pero no borrachos, ya sabéis. De repente, vimos esa misma sombra abalanzarse contra una silla de mano que llevábamos delante. Íbamos diciendo bromas y algún que otro chiste malo y bromeamos sobre que sólo la Emperatriz podía llevar a ese tipo de acompañantes.
Pero no bien habíamos terminado de decir eso, cuando la sombra esa se abatió sobre la silla y los cuatro porteadores grandes y fuertes fueron abatidos casi en un cerrar de ojos. Entonces, la muchacha que iba adentro fue primero sacada a la fuerza y luego arrastrada cabeza abajo por la sombra calle abajo.
Otro de ellos, el delgado que había permanecido callado y con la mirada baja, interrumpió y dijo:
- Era una sombra muy rara, como si fuera un viento negro, pero -dudó- de la misma naturaleza que el aceite pero oscuro: se deslizaba por el aire. Nos hubiera matado, pero parecía tener prisa y nos ignoró completamente. Después, pensamos que, como estábamos achispados, era producto de nuestra imaginación.
Malaban le respondió:
- No, no es producto de vuestra imaginación. Lo que han visto ha pasado: esa sombra es un sirviente muy peligroso. Daval, Bardianen, Grendoar -dijo mirándoles- vosotros dormiréis aquí esta noche y mañana temprano, lo más temprano posible saldréis fuera de la ciudad y os dirigiréis a Ko-Or-Natu, donde les conseguiréis un transporte. Si lo encontráis antes, mejor. Nosotros vamos a enfrentarnos a alguien muy siniestro y peligroso. ¿Me acompañas, Nragar?
El hombre-tigre sonrió, con aquella ferocidad que le caracterizaba y dijo:
- Nada me haría más feliz.
- Está bien. Necesitamos atraerle a nosotros y a Bonardia. Creo que sabré cómo hacerlo -después se volvió a los viajeros-. Por favor, esperad unas dos horas por lo menos antes de salir o encender cualquier vela. Así nos aseguramos que nadie de la compañía de este ser pueda veros.
Malaban y Nragar salieron embozados por la parte trasera y salieron silenciosamente por los establos. Las calles estaban desiertas, salvo por algún gato que volvía de su paseo nocturno o alguna persona que pasaba, que llegaba muy tarde a casa.
A lo lejos, un perro gimió de dolor. Nragar lo oyó y le hizo a un gesto a Malaban: dieron la vuelta a la siguiente esquina y continuaron bajando por aquella calle. Había que salvar a aquella desgraciaba a la que habían hecho desaparecer.
Desa Akrovia había sido nombrada Gran Abadesa de la Orden de las Muy Fieles Orantes de la Tercera Espada hacía más de ocho años. Siempre discreta y eficaz había tenido una relación cordial con el ya fallecido Emperador Toringen III y había aceptado que su relación con la Emperatriz Abalina nunca iba a serlo.
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Mientras hacía sus ejercicios y sus oraciones del comienzo de la noche volvió a presentir que a su Orden le quedaba poco tiempo de vida. Por eso, y por la desaparición del Jefe de Inteligencia, había convocado un cónclave de Grandes Maestres aquella misma noche en secreto. Era ya la tercera desaparición confirmada desde la muerte del Emperador: el príncipe heredero Everingen, la flota de Haloren, con su General Barón de Nirándonir y, ahora, el Jefe de Inteligencia.
Conocía a Mirondar desde antes de haber accedido ambos a puestos de responsabilidad. Era tranquilo, imperturbable y leal. “El nuevo”, pensó, “daba la sensación de ser una especia de anguila: frío, con aquella piel de tiburón y los ojos vacíos de vida, todo el cuadro la había parecido… inquietante”. Pero todo ello no era nada comparado con la voz: era particular, envolvente y… desagradable, pensó con un gesto de desagrado. Como si a un graznido de cuervo, alguien le hubiera añadido un poco de seda para envolverlo, pero bajo esta se siguiera sintiendo toda la incomodidad que suponía el primero. A algunas criadas su voz les había hecho llorar y otra se había desmayado.
Terminó su rutina de ejercicio, se echó un cubo de agua fría por encima y se secó fuertemente la piel. Se puso una túnica blanca corta, unas calzas y una cota de malla y, encima, otra túnica más larga y de color pardo. Se calzó las botas, tomó la capa ligera del estante en que la mantenía doblada, introdujo dos dagas cortas en el cinturón y, después, salió de su celda y se encaminó tranquilamente hacia los pisos más bajos del monasterio.
Desde allí, era fácil llegar a aquella sala construida en secreto hacia varios centenares de años, que estaba escondida de todos excepto de las personas que ahora iban a tomar parte en aquella reunión. Entre ellos, estaban, el anciano Gran Maestre Abad Karónidas, de la Orden de los Defensores de la Misericordia del Único, que no sólo se dedicaban a guerrear, sino que mantenían una gran infraestructura sanitaria en diversas partes del Imperio; el calvo, alto, enjuto y de voz melosa Gran Maestre Abad Stranodon, de la Orden de los Pobres Frailes de la Lanza de Nuestro Señor, del que dependen, entre otros, los Monasterios de Os y el sureño de Nirania y, por último, el Abad Leovildo, Gran Abad de la Orden de la Esperanza de la Madre Celestial, el más joven de todos y el más reciente en su nombramiento, del que dependen algunos Monasterios que no son militares, como ocurre con el Monasterio de Sinningen, y otros que sí lo son, como el que tienen en Bonardia y en el que ahora residía Frey Rilaus. Además, estaba también Desa Akrovia y el secretario, el hermano Hermeguildo de la Orden no Militar de los Mendicantes del Divino Testigo, que representa también a otras Órdenes Militares menores y a las no Militares.
El Abad Karónidas comenzó a hablar, una vez que todos se habían sentado alrededor de la mesa que ocupaba el centro de la sala:
- Buenas noches, estamos aquí reunidos porque se trata de un momento muy delicado. Agradezco a la Gran Abadesa Desa Akrovia su buen sentido a la hora de convocarnos para esta reunión. Cada día hay una noticia más sorprendente (y no precisamente para bien). La última, como ya todos creo que sabéis, es la desaparición del Jefe de Inteligencia y su sustitución por un individuo del que no sabemos nada y que personalmente me ha parecido un baboso. Pero hay más, ¿verdad Abad Stranodon?
El aludido arqueó las cejas y comenzó a hablar con aquella voz melosa:
- Como bien ha dicho su Reverencia el Abad Karónidas, el Monasterio de Nirania permanece incomunicado. Los búhos que hemos mandado llevan meses sin volver. Sabemos que los mensajeros imperiales, que llevan mensajes de los que a mí no me informan, tampoco regresan, lo que se agrava porque la Emperatriz nos vigila y ha prohibido que mandemos investigadores. Cada día que pasa estamos más preocupados.
Entonces, habló Leovildo:
- Tenemos un problema parecido con Sinningen. Hemos recibido hace unos días aquí en Bonardia a un fraile que ha venido con el Chambelán Astano de allí y nos ha dicho que el Abad ha muerto y que determinados frailes y otro personal del Monasterio ha “desaparecido”. Textualmente, hizo el gesto de las comillas -él también lo hizo- cuando nos contó por qué no se había podido quedar allí. Lo preocupante es que uno de los “desaparecidos” -volvió a hacer el signo de las comillas- es Frey Kaistos, que sé de buena tinta que jamás hubiera dejado su laboratorio.
Quedaron en silencio, mientras todos pensaban. Desa Akrovia dijo entonces:
- Aún no sabéis otras cosas: he mandado a Níramal fuera del convento hace meses y no sé dónde estará en este momento… Sea o no ella a la que se refiere la profecía que citan todos estos -e hizo una mueca de disgusto- prefiero que esté a salvo.
El Abad Stranodon aplaudíos y Leovildo dijo:
- Bien hecho.
- Y lo segundo -dio continuando- es que ahora ya no hay sólo desapariciones, hoy una sombra ha secuestrado una chica en el Pasadizo del Codo2. Hemos investigado: la chica pertenece a la misma familia de Níramal y físicamente, serían muy parecidas. A día de hoy sólo se diferencian por el entrenamiento que Níramal ha tenido que mantener mientras estaba con nosotras.
El Abad Karónidas la miró:
- ¿Qué te propones?
- Tengo una ligera idea de dónde está. Voy a ir a sacarla esta misma noche, aunque no sé si ya será tarde para ella, pero no quiero dejarla ahí. Creo que también encontraremos allí a Mirondar. Pero seguimos sin localizar a su Alteza Imperial el príncipe Everingen.
Malaban y Nragar acababan de entrar en Bonardia. La luz de las tres lunas iluminaba la calle con una intensidad que hacía que las sombras fueran extrañas.
- ¿Sabemos dónde la tienen? - Preguntó Nragar en un susurro.
- Tengo una ligera idea.
Siguieron andando entre las sombras. Era ya muy entrada la noche, por lo que no había ni animales por la calle, salvo alguna lechuza que cruzada volando. En aquella parte de la ciudad no había siquiera posadas ni tabernas, porque se consideraban sitios de poca elegancia y elevación para estar tan cerca de la Corte Imperial.
Torcieron una calle y entraron en un pequeño pasadizo en el que había un letrero hecho en relieve en la pared:
PASADIZO DEL CODO.
Tan pequeño era que no tenía más que un codo de ancho3. Malaban sonrió: podía detectar las señales del asqueroso ser al que habían nombrado Jefe de Inteligencia. Con tranquilidad, murmuró unas palabras y se encontraron en una calle aledaña enfrente de una puerta, que abrió sin dificultad y entraron. Nragar, en cuanto olió aquel sitio, se sintió profundamente incómodo y desenvaino la espada de doble filo que llevaba a la espalda.
Siguieron el pasillo y bajaron unas escaleras: una puerta a la izquierda estaba abierta, el resto estaban cerradas, algo que Malaban no había previsto. Pero Nragar le hizo una seña: se oían unos débiles gemidos, así que traspasaron el umbral y siguieron pasillo adelante. La puerta no fue difícil de abrir para Malaban y allí se encontraron con una escena escalofriante.
Al fondo de la Sala, el nuevo Jefe de Inteligencia estaba inclinado sobre una joven, inconsciente y pálida, a la que había atado a una columna con fuertes cadenas que tenía el vestido desatado por un hombro. Al oírles entrar, les miró: tenía la boca llena de sangre y dijo, sonriendo:
- Llegan tarde, ya he matado a la futura emperatriz. Ha sido toda una experiencia: verla desde mi balcón, tan inocente en esa silla de manos… no me he podido resistir. Mi señor -dijo inclinándose- estará complacido.
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Nragar, entretanto, había eliminado a los sirvientes que habían intentado pelear con ellos. El Jefe de Inteligencia se había quedado solo, pero eso no le hacía menos letal. Malaban le miró, mientras Nragar, se acercó a la chica y la liberó de las cadenas:
- No, Strugar4, esa no es la futura emperatriz. De hecho, nadie sabe si existe. Yo que vos no estaría tan orgulloso mientras no se lo digas a tu señor.
En ese momento oyeron unos pasos detrás y en la Sala irrumpieron Desa Akrovia, la Gran Abadesa de las Orantes y el Abad Leovildo que llevaban en volandas a Mirondar, ex jefe de inteligencia que habían encontrado en una celda en las mazmorras subterráneas de aquella casa.
Malaban miró a Strugar y dijo:
- Nos vamos.
El sonrió y dijo:
- NO os libraréis de mi tan fácilmente.
Y se transformó en aquella sombra aceitosa que habían descrito los viajeros en la posada y salió inmediatamente a la calle, pero no vio nada. Aquello no podía ser. Voló por las calles aledañas, olfateó e subió más alto para ver si les veía alrededor.
Tuvo que volver a su sede, con las manos vacías y temía el momento de explicarle lo que había pasado al Señor de los Nigromantes… pues ese era realmente el Señor del que dependía. Pero no había lugar a retrasar lo inevitable. Bajó las escaleras y llegó a aquella cámara en la que había hecho instalar el espejo remitido por su señor.
Enseguida vio la sombra poderosa y esos dos ojos fulgurantes y rojos que lo miraban con fijeza y malicia, mientras él se arrodillaba:
- Señor, no era la futura emperatriz.
Los ojos de la sombra en el espejo se enrojecieron un poco más: su furia era evidente.
- Estáis cometiendo muchos errores. Tampoco Gounlorth ha sabido encontrar a quien le había encomendado.
Él se inclinó aún más.
- No habrá más errores.
- Eso espero. Vuestra propia existencia depende de ello.
Strugart notó una fuerza que le envolvía el cuello y le dejaba sin respiración mientras oía la voz en su cabeza que decía:
- No lo olvides.
Se encontró tirado en el suelo respirando con dificultad. Se miró las manos: temblaban. El mensaje había sido demasiado claro como para no entenderlo.
Afuera una de las lunas se asomaba por encima de un árbol. Strugar sonrió: aún faltaban tres días para la Noche de los Malos Presagios.
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1 legua castellana = 4,190 metros. Por tanto, tres leguas, serían algo más de 12 kms.
En Madrid existe la Calle del Codo. Os dejo aquí su historia.
Se trata de una medida muy usada en tiempos pasados. En este caso, nos vamos a referir al codo castellano: “En Castilla se utilizaba el codo común, de media vara (1,5 pies o 24 dedos), que equivalía a 0,418 m y también el codo real o de ribera, de 33 dedos (1 dedo = 1/16 pie), o 0,574 m. Es probable que El Escorial se proyectara en codos reales de 31 dedos castellanos, es decir 0,5398 m”.
Strugar toma el nombre modificado del llamado vampiro Conde Estruch, también llamado Estruga. Famosa leyenda medieval española de terror, para unos, la falta de evidencias reales hace que sea más un mito literario, que coge ciertas ideas de la leyenda de otro conde también supuestamente vampírico: el conde Arnau. Ambos fueron caballeros que existieron en la vida real, pertenecientes a la Corona de Aragón, sobre los que se elaboraron esos mitos vampíricos. El primero incluso luchó en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212).
Madre mía, Mercedes. Me flipa el mundo que has creado. La de cosas que tienes que tener organizadas en tu cabeza para no perderte. Qué mundo más vasto y complejo. Quiero empezar a leer todo de ese mundo pero estoy perdido. ¿Por dónde empiezo?
Quiero ver a Nragar en acción. ¿Es medio felino de verdad?