Foto de Nick Scheerbart en Unsplash
En medio de la cubierta del barco, con la luz ya bastante tenue del sol Dortian1,cuando quedaba cada vez menos para que no hubiera casi luz porque el cielo estaba nublado, una figura se recortaba sobre la cubierta del barco. Erevin, duque de Tavonia y príncipe imperial, estaba cada hora que pasaba más preocupado. Faltaba ya poco para llegar al golfo de Esdáloren (si los vientos eran propicios, seguramente, no más de 1 día) y sabía que aquella zona iba a estar perfectamente vigilada. Allí no iba a haber encargados del puerto vagos y corruptos, salvo que lo fueran en beneficio de quien poseía aquellas tierras: fundamentalmente, la Casa Imperial y sobre todo, el margrave de RocaStretta, el mismísimo futuro yerno del príncipe Holingen.
Aquel golfo geográfico no era para él ningún desconocido. De hecho, allí fue donde conoció a su primer y fundamental instructor, el cojo más valiente de toda la Flota Imperial, Olter Pata de Palo. Sin duda, el que no lo hubieran localizado en Haloren y que tampoco se hubiera intentado poner en contacto con ellos, era muy mala señal. No encontrar al Barón ya había sido extraño, pero no encontrar al mejor héroe de guerra, el más astuto e inteligente del siglo, era aún más preocupante. Ahora sí que no quedaba duda: quien fuera los había pillado por sorpresa. Y, además, indicaba que aquello era mucho más grande que el depravado encargado del puerto o que el corrupto de Tulio Tanaris. Alguien muy importante estaba implicado en esto y sabía que frenarlo iba a ser complicado… “Aunque no imposible”, se dijo. Sobre todo, le preocupaba el estado de los prisioneros…
Desde luego, en última instancia, era su madre, la Emperatriz Abalina, quien había dado la orden o, al menos, el visto bueno a aquella operación. Desde luego, aquel movimiento tenía mucho de ella, pero poco de su hermano, “ese idiota de Holingen, que piensa que le van a dejar ser Emperador” -entonces río a carcajadas, hasta tal punto que el marinero que hacía guardia al lado de popa se volvió y pensó que se estaba volviendo loco este hombre… aunque teniendo en cuenta sus circunstancias, no se le podía culpar-. “Lo peor”, siguió pensando Erevin, “es que estoy seguro de que aún no sabe quién es madre o lo que es. Tampoco creo que sepa lo realmente peligrosa que es. Aún recuerdo aquel momento…” -y se rascó los ojos y se obligó a mirar hacia el horizonte: aquello siempre le había relajado.
Miró al horizonte e instintivamente se cruzó de brazos y se arrebujó en la capa. Justo entonces vio a lo lejos un bote. Varias personas estaban a bordo y una les hacía señales. Se fijó bien y soltó una carcajada: corrió hacia el timón sin esperar ni un solo momento y lo giró hacia la derecha de forma que enderezara el rumbo hacia donde estaba la barca. Una vez que el propio viento iba haciendo su labor, a voz en cuello dijo:
- ¡Ah del barco!
Inmediatamente, surgieron varios que se acercaron, entre ellos, Arbil y Elios, y él les ordenó:
- Plieguen las velas, vamos demasiado deprisa y no quiero que destrocemos el bote.
Ellos se pusieron manos a la obra: la maniobra fue un éxito y, en breve, pudieron acercarse con el mayor de los cuidados al borde del barco. Cuando vio que estaban suficientemente cerca, hizo un signo a Arbis y a Elios para que se acercasen:
- Arbil, ocúpate del timón. Elios, ven conmigo: tenemos que subir a los náufragos.
- Pero no sabemos quiénes son:
Erevin se rió a carcajadas:
- Oh, sí, yo sí sé quiénes son, especialmente el del pelo blanco…
Después sonrió mostrando instintivamente los dientes que brillaron a la ya poca luz de las lunas: se había hecho de noche ya y el prínicipe pareció un animal que acaba de ver una presa que sabía iba a poder cazar y sonreía satisfecho.
Izaron con mayor o menor dificultad a todos los naúfragos y el último en subir fue un hombre enjuto, alto, con una evidente cicatriz que le cruzaba toda la mejilla izquierda desde casi el ojo hasta la barbilla, moreno por toda la vida en el mar y que portaba una pata de palo en la pierna izquierda. Eso, sin embargo, no le impidió subir con una agilidad que muchas personas con ambas piernas hubieran deseado enormemente tener. Una vez arriba, reconoció al príncipe Erevin y le abrazó, luego le movió para que le diera la luz de las lunas y sonrió:
- No tenía duda de que erais vos, Alteza. Cuánta falta nos hacéis…
- Ya me extrañaba a mí que te hubiera retenido alguien, viejo lobo de mar.
Ambos rieron. El príncipe preguntó:
- Pero, ¿qué es lo que ha pasado?
Olter sonrió y dijo:
- Necesito beber algo y sentarme. Y dadles de beber también a ellos. Han sido 4 días terribles en alta mar, sin comer, sin casi beber, salvo un poco de agua que hemos racionado y con un sol espantoso en algunas horas del día.
Le llevaron un odre de vino y un vaso, así como pan y queso fuerte, así como un trozo de cecina de cerdo para que recuperase las fuerzas. A los demás, los bajaron al comedor para servirles comida (la que pudieran comer) e inmediatamente, habían empezado a colocar algunas hamacas en la bodega para que pudieran descansar.
- Veréis -dijo mirándo a su alrededor, mientras comía con todo el ceremonial, aprendido y mantenido durante años en el servicio imperial, aunque fuera aquella sencilla comida-, tenemos que remontarnos a algunos años atrás… porque todo ello ha influido en lo que ha pasado estos últimos días. Tened un poco de paciencia porque es posible que sea un poco largo.
Erevin se había sentado en una silla plegable y Arbil, Elios y otros muchachos de la tripulación, se habían sentado tranquilamente en el suelo. Al poco rato, llegó el capitán, que cogió una silla, la dio la vuelta y se sentó dejando por delante el respaldo de la silla y poniendo los brazos encima de él.
- ¿Cómo voy a comenzar? Oh, sí -dijo sonriendo con la boca y con sus expresivos ojos azules, de un azul tan fuerte, que casi parecían irreales-. Ya sé cómo empezar esta historia.
Diez años antes:
- Cuidado con las bombas de piedraaaaaa - gritó el Alférez mirando al barco que tenían justo enfrente.
Era cierto: aquel barco gigante, único en toda la flota de las gentes del mar tenía un dispositivo que sólo había visto (y usado) en tierra.
Miró hacia la nave capitana donde el combate era cada vez más encarnizado y frunció el ceño. Parecía que los espías estaban en lo cierto, aquella gente era mucho más dura que lo que determinados individuos de la corte, se esperaban. Pero la estrategia que habían diseñado era la correcta. De hecho, ellos iban comiendo terreno al enemigo, así que parecía ir todo bien.
Entonces, oyó una voz a su espalda que le sacó de su ensimismamiento:
Alférez, cuidadoooooo…
No había terminado su capitán de pronunciar la advertencia cuando sintió un dolor terrible y miró para abajo. Su pierna izquierda estaba terriblemente destrozada. Miró hacia un marinero que venía en su ayuda y de repente todo se nubló.
El Alférez de la Marina Imperial Olter Roca de Pino se despertó entre terribles dolores por tercera vez. La operación había sido lo más rápida que se podía para intentar no causar más hemorragia pero, asimismo, el cirujano intentaba ser lo más meticuloso posible para no cortar más de lo necesario y había terminado con la dolorosísima cauterización de la herida para evitar infecciones. Ni siquiera las abundantes raciones de sisébano2, que le había dado el cirujano antes, tanto por la operación como para disminuir la sensibilidad al dolor, pero también durante y después de aquella, habían sido suficientes para mitigar el terrible dolor que seguía teniendo en su ya inexistente pierna izquierda.
El médico cirujano venía a menudo a verle desde que terminó la operación. Tenía mucho trabajo pero aquel joven era especial: había resistido estoicamente la terrible operación y se merecía vivir y recuperarse lo mejor que pudiera hacerlo. Así que, cuando vio que había vuelto en sí, se acercó con cuidado a la cama en la que estaba tendido.
El joven le miró y le preguntó:
- ¿Hemos ganado?
Nada sobre su salud. Nada sobre sus perspectivas. Sólo sobre la batalla.
- Sí, Alférez, pero no debeis preocuparos ahora por eso. Sabéis que he tenido que…
- Sí, que amputarme la pierna - dijo con un hilo de voz. No, no sólo había mucho dolor por la pierna, había algo más. Había enfado, había rabia, pero también había algo más que no alcanzaba a determinar.
El cirujano lo miró. Parecía un chico muy joven, aunque si uno se fijaba bien, menos de lo que aparentaba a simple vista, ¿18 años? ¿20? 22 a lo sumo, pensó. Sin duda, era el más valiente, si no uno de los más valientes que había operado en sus más de 10 años de cirujano militar. Sabía que la peor maldición para alguien activo y ágil, era quedar de repente limitado en sus posibilidades de desplazamiento. Con una pierna de menos, no sabía si decirle que no iba a poder volver a bailar, correr o bajar las escaleras de los barcos deprisa como acostumbraba a hacerlo.
Pero había algo en la mirada de aquel joven que le impelía a creer que aquel joven podía con aquello y con mucho más. Había algo salvaje en su actitud: incluso tumbado en aquel camastro en la enfermería, pálido por el terrible dolor y medio adormilado por el sisébano, lo miraba como queriéndole decir “atrévete a contradecirme”. Parecía que tenía el convencimiento interno del que daba igual cómo estuviera su cuerpo, porque sólo necesitaba su mente para vencer al enemigo o vivir una vida plena. En cualquier caso, pensó el médico, debía curarse y descansar.
El cirujano, entonces, lo miró con una mezcla de orgullo y compasión:
- Vais a quedar bien, no se ha infectado la herida y el corte ha sido limpio. Pero tendréis que usar una pata de palo: eso sí, todo a su tiempo.
El chico lo miró con el ceño fruncido:
- Entiendo.
- Os han tomado medidas preliminares para la pata de palo, pero tendremos que esperar un poco más a que cure la herida y, sobre todo, a que baje la hinchazón. Os hemos dejado ahí unos bastones de brazos por si os queréis moverse hasta que podáis usar la pata de palo. Prometo ayudaros a andar con ella una vez que podáis.
- ¿Cómo está mi Alférez? - dijo el Capitán, llegando a la enfermería del barco desde el puente. Intentó que su voz sonase lo más animada posible porque sabía la gravedad del estado del leal Alférez.
- Aún no está restablecido -dijo el cirujano-, necesitará varios meses para conseguir la curación total y poder andar de nuevo. Es quizás el hombre más valiente que conozco, señor -dijo él con una pizca de orgullo en su voz-, no me cabe duda de que le queda una larga y provechosa larga vida al servicio de la Armada.
El capitán sonrió ampliamente ante las perspectivas de que Olter pudiera volver a navegar y dijo:
- Lo queremos plenamente recuperado, gracias. Vuestra contribución ha sido decisiva: gracias a vuestros avisos y razonamientos, nos fue fácil prever el último movimiento realizado y así neutralizar al enemigo de forma definitiva. Me encargaré personalmente de que os concedan la máxima distinción posible por vuestra participación.
- Así es -dijo alguien detrás del Capitán-, estamos muy orgullosos de contar con este héroe a nuestro servicio.
Foto de Jonathan Kemper en Unsplash
El chico intentó incorporarse. Había reconocido inmediatamente al ilustre visitante.
- Su majestad imperial -murmuró como un quejido al moverse.
- No, no, no, no, no os tenéis que incorporar bajo ninguna circunstancia -Toringen III, con la armadura completa puesta, tremendamente abollada y con evidentes rasguños, le había cogido de los hombros de forma que no pudiese incorporarse más-. Sé que me apreciáis y que sois leal como el que más a este Imperio. Pues seguid siéndolo así y recupéraos. Todos os necesitamos.
El chico, en medio del dolor, sonrió. El cirujano volvió a pensar que parecía más un animal que una persona. Sin embargo, sabía de sobra que no era un cambiaformas de cuya existencia había oído hablar, porque si no, lo habría detectado en la operación. Luego dudó. Pero no, aquel era un hombre, pero parecía tener dentro la rabia de un animal salvaje…
3 años antes de la fecha actual:
El Consejero Hariokku, margrave de RocaStretta, estaba muy contento. Su red comercial aumentaba cada día y también sus beneficios. Había sido una jugada maestra la de mostrar interés en entrar en el Consejo Imperial: había pocos sitios donde pudiera acceder a la información que allí se obtenía y sobre la que se podía además debatir. Esto es, podía influir en la política del Imperio y, por tanto, beneficiarse indirectamente de dichas modificaciones.
De hecho, la información obtenida allí le había permitido entrar en diversos negocios de interés que ni siquiera se le habrían ocurrido de no haberla obtenido, a pesar de ser famoso por su olfato financiero y comercial. Los resultados de los últimos seis meses daban fe de lo que había ganado gracias a esas nuevas fuentes de información. Así, según se enteraba de cualquier novedad, era hábil usando a amigos, familiares y demás conocidos de forma que nunca fuera él el que apareciera como la fuente de la información. Pero, por el momento, no había habido problemas. Además, desde que su hija Dánira era la prometida del príncipe imperial, aún menos se habían intentado meter con él.
Había notado que algunos le miraban mal y no se fiaban de él: el que menos se fiaba de él, sin duda, era el Jefe del Consejo de Sabios, el ilustre Ramírien y esposo de la dama de compañía de la Emperatriz, Kálada de Sinarden. De hecho, había llegado a sus oídos que su crecimiento no gustaba a altas instancias, preocupados por las consecuencias que, para un individuo hedonista y amante del lujo, podían tener los problemas políticos que se avecinaban y que terminarían siendo militares más pronto que tarde. Sin embargo, esos problemas no parecían afectar a la Emperatriz que cada día lo trataba con más… afabilidad, si es que Su Alteza Imperial Abalina podía sentir ese sentimiento en algún momento.
Estaba perdido en sus pensamientos cuando sonaron unos golpes en la puerta. Levantó la cabeza y dijo:
- Adelante.
Apareció uno de sus secretarios ayudantes en el marco de la puerta, que dejó cuidadosamente cerrada al entrar en el amplio despacho.
- Señor, hay un mensajero abajo que dice que le trae un correo urgente.
- ¿No te ha dicho de qué se trata?
- No, pero viene con un uniforme que es la primera vez que veo y me ha dado este sello.
Aquello no le gustó. Justo ahora que empezaban a ir las cosas realmente bien, alguien metía sus narices donde nadie le había invitado a meterlas. Empezó a sentirse preocupado y asustado porque no tenía constancia de que hubiera ningún problema. Después tendría que minimizar la importancia de aquel mensaje si no quería que hubiese problemas con el Gobernador… o con el Encargado del Puerto de Esdáloren, que era otro que había dicho abiertamente que no se fiaba de sus negocios.
- Bien, como veo que no queda más remedio, hazle pasar.
Pensó para sí: tranquilo, todo va muy bien, no va a pasar nada.
La puerta se había abierto mientras el secretario salió y al poco tiempo se volvió a abrir para dejar paso al mensajero. Era éste algo, moreno y enjuto con pelo raído pero atuendo impecable: aquel uniforme, color verde y gris apagados, desde luego no era imperial. Le sonaba algo y el caso es que no lograba recordar dónde había visto esa misma combinación de colores y, por tanto, ese uniforme con anterioridad, porque estaba seguro de haberlo visto. Una vez que se cerró la puerta y quedaron solos, Haikkonnen le dijo:
- ¿A qué se debe todo este protocolo y la urgencia? - se dio cuenta de que su voz tenía un timbre airado que no quería haber puesto al hablar.
- Traigo este correo. Debo dárselo en persona al comerciante Haro Haikkonnen.
- Soy yo, soy yo. ¿De qué se trata?
- No sé qué contiene - repuso él con media sonrisa, mientras extendía la mano para entregarle el rollo -. Los mensajeros sólo entregamos los correos, no sabemos nada sobre su contenido.
Haro Haikkonnen estaba molesto, pero no le quedaba más remedio que extender su mano y coger el rollo que se le ofrecía. El mensajero había dicho que no sabía que contenía pero él tenía sus sospechas de que esa afirmación fuera cierta. Además, la expresión de gato goloso mientras veía una sardina era tan evidente, que inevitablemente pensó que estaba en problemas.
- Bien, podéis retiraros.
- No sin antes daros otro mensaje que me han encargado darle de viva voz. “si rechaza el acuerdo, el Consejo de Ancianos entenderá que no sigue interesado en el que se firmó con él y obraremos en consecuencia”. Además, tendréis que tener en cuenta el plazo consignado en el nuevo acuerdo. Me han dado orden de que permanezca en el puerto hasta que tengáis redactada la contestación y estéis dispuesto a remitirla.
Aquello era preocupante. ¿A qué acuerdo se estaba refiriendo? ¿Qué estaba pasando? Tenía que leer de qué se trataba, pero tampoco quería a aquel hombre mucho más tiempo en su despacho con toda la casa comentando la novedad. En nada lo sabría toda la calle, lo que era lo mismo que saber que el Gobernador lo sabría a primera hora de la tarde.
- Bien, ¿dónde os podré localizar?
De nuevo, el desconocido volvió a poner aquella media sonrisa que lo incomodaba tanto. ¿Quién se habría creído que era? Aquel desgraciado encima se inclinaba. Menuda comedia.
Foto de Krisztina Papp en Unsplash
- No os preocupéis. En tres días, me pasaré por aquí para que me deis vuestra respuesta. Porque imagino que tres días serán suficientes…
- Depende de la clase de acuerdo que me hayáis traído-. ¿Tres días esperando en el puerto, a la vista de todo el mundo? Aquél hombre tenía que estar de broma. Tenía que acortar aquél tiempo cuanto fuera posible.
- No os preocupéis tampoco por eso. Tengo orden de esperar hasta que estéis preparado para darnos una contestación. Eso sí, pensad en las consecuencias de su falta de decisión al respecto - el mensajero miró alrededor. Al Consejero le estaba empezando a correr un sudor frío por la espalda- y si su nivel de vida puede tolerarlas.
Haikkonnen frunció el ceño. ¿Aquello era un chantaje? ¿Acaso le estaba amenazando aquel individuo? Disimuló lo mejor que pudo, aunque estaba seguro de que aquél hombre le había leído como un libro abierto. Tenía que actuar lo más rápidamente posible: no quería que aquel hombre estuviera en el puerto ni un minuto más del tiempo que fuera materialmente necesario para saber que lo que ocurría.
Está bien. Procuraré tenerle una respuesta en tres días o antes.
El mensajero, con aquella sonrisa tan inquietante, salió de la habitación después de hacer el saludo ceremonial.
De repente, una imagen vívida le vino a la mente. Ahora recordaba dónde había visto ese uniforme y ya sabía cuál era el acuerdo. Si aquel metomentodo de General de la Flota se enteraba, su operación de comercio con el país más alejado del Imperio hacia el Este que él conocía, iba a peligrar. Tenía que hacer lo imposible por evitar un resultado tan nefasto para sus intereses. Y debía hacerlo solo: la Emperatriz no debía enterarse o, bien, terminaría el compromiso de su hija, o, aún peor, lo aprovecharía en favor de la Familia Imperial. "No, habría aún una posibilidad peor", pensó. "Que acabaran sabiendo mis verdaderos orígenes".
Mientras miraba por el ventanal, se dio cuenta de que las manos le temblaban: no recordaba cuándo había sentido tanto miedo. Casi podía asegurar que nunca. Pero tenía que disimularlo: Dánira no podía siquiera imaginar que ocurría algo grave y con lo perceptiva que era, aquello iba a ser realmente difícil.
Esta entrada fue publicada originalmente en Wordpress.
PS: Ya sé que normalmente lo publico el sábado, pero mañana me va a ser imposible hacerlo (obligaciones familiares).
Dort- oscuridad e -ian (privar): de ahí que se traduzca Dortian por “el que quita la oscuridad”, como ya vimos en el capítulo 2-5.
Una planta arbustiva, de color verde oscuro, con unas flores violáceas muy pequeñas, de las que se extrae un líquido muy concentrado que se usa para dormir a la gente. Sin ella, la cirugía no hubiese avanzado mucho en Sinardia. De esta manera, evitaban los fuertes dolores y, por tanto, que los pacientes se movieran demasiado, dificultando las operaciones.
"el cojo más valiente de toda la Flota Imperial, Olter Pata de Palo", frase fantastica :)