Ilustración medieval sobre un carro tirado por caballos, encontrada en este blog.
Malaban, con las riendas sujetas del caballo que tiraba del carromato lleno de heno, enfiló, lo más deprisa que pudo, por aquel camino que llevaba hacia el puente de Ko-Or-Natu, mientras seguía a los soldados. Miró al cielo: los rayos de Dorian, el sol que primero salía por el Este y el menos potente de ambos, empezaban a asomar ya, pero aún eran visibles las tres lunas en medio del cielo. Recordó, entonces, cuando comenzó a estudiar astronomía después de rechazar el uso de la magia. La más grande de todas, que aún era claramente visible en el centro del cielo, se llamaba Kárida, porque era la que daba una luz más cálida de todas; la más clara y más pequeña, que siempre quedaba más al sur, se llamaba Nírimal y aún era también claramente visible. Sin embargo, la tercera, que ya era difícilmente perceptible más al norte, se llamaba Blaria.
El carro dio un salto al pasar por una piedra y Malaban entendió que debía concentrarse en lo que llevaban delante. La mañana era fresca pero agradable, lo que contrastaba con la noche que habían pasado. Y tenía la mala sensación, justo debajo del estómago, de que aquella situación no había terminado.
Miró hacia adelante y pensó que no era una mera sensación, era algo mucho más… indescriptible si lo tuviera que contar pero tan clara para él como las lunas que veía claramente en el cielo. Sabía que con aquellos soldados que iban delante iba un “robavidas” y que, además, era poderoso. De pasada, creía haber detectado la marca de Strugar, el siniestro Jefe de Inteligencia, pero le separaba mucha distancia aún y no le había sido posible distinguirlo con claridad. En cualquier caso, si llegaban a una confrontación, estaba claro que no iba a ser fácil, aunque tenía claro que sus progresos habían sido sobresalientes en las últimas semanas.
- ¡Nragar!, dijo en voz baja, casi sin mover los labios.
El hombre tigre no apareció pero su ojo sí lo hizo entre la tela que tapaba el carromato y la madera que tenía de base, donde iba apoyado el heno.
- Estoy aquí, te oigo bien. ¿Ocurre algo? -dijo el hombre tigre quedamente. O todo lo quedamente que podía con aquel vozarrón suyo.
- No puedo hablar alto. Nos estamos acercando aunque aún queda una distancia considerable entre nosotros y los soldados que llevamos delante - Se paró y miró alrededor -. Creo que con esos soldados que vamos persiguiendo, va Strugar, pero tenemos que acercarnos más para poder saberlo.
- Entiendo… Y ¿qué van haciendo por este camino?
- Ah, eso es lo que tenemos que averiguar. No podemos lanzarnos sin pensar porque necesitamos saber quién va antes y por qué están aquí.
- Entiendo - Malaban oyó que se reía -. No quieres que me lance a matarlos a todos hasta que no tengamos controlado quién va.
Fue entonces Malaban quien sonrió.
- Exactamente.
Siguieron el camino en silencio. De repente, vieron claramente que los soldados se paraban y se escondían justo al lado de un claro de la arboleda donde claramente se podía ver un conjunto de piedras y una puerta abierta en la loma. Malaban frenó al caballo y dijo:
- Están esperando a alguien. Tenemos que dejar el carro en un lado oculto y acercarnos sin que nos vean.
Sin ruido, Nragar se deslizó fuera del carro y de repente estaba al lado de Malaban. Fue entonces cuando Malaban dejó el carro entre unos arbustos, mientras Nragar desenganchaba al caballo y lo dejaba en un claro pastando. Después, se dirigieron sin hablar y se escondieron entre unos arbustos que había al lado de una de las piedras.
Enseguida, Malaban vio la sombra aceitosa que se cernía sobre la entrada y miró a Nragar.
- Tienes que estar preparado para atacar cuando yo te diga.
Nragar sonrió.
- Hace eones que estoy preparado para esto…
Malaban pensó que era una suerte que estuviera de su lado, mientras Nragar se deslizó hacia otro punto más cercano desde el que, milagrosamente, no era visto.
Desa Akrovia veía ya el final del túnel, pero entonces tuvo un presentimiento y obligó a las monjas que iban detrás a pararse con una seña. Conocía demasiado bien tanto al príncipe Holingen como a la Emperatriz como para considerar que lo que había hecho, iba a quedar sin castigo o, al menos, sin persecución. Además, aquella salida era el sitio perfecto para tenderles una emboscada.
Así que se inclinó y eligió una piedra casi plana pero pesada. Se inclinó hacia adelante y la arrojó hacia fuera con todas sus fuerzas. Entonces vio claramente el movimiento fuera y también una sombra aceitosa que se iba aproximando a la entrada. Pero no bien aquella sombra se había aproximado, hubo un destello de luz y se comenzaron a oír gritos ahogados.
Desa Akrovia no dudó un momento: desenvainó su espada y salió corriendo fuera. Sólo entonces percibió la lucha que se estaba produciendo allí. Prácticamente en frente del lugar por donde ella salía, se encontraba Malaban, en puro trance, bloqueando el ataque de la sombra aceitosa que iba tomando cuerpo y parecía ahogarse por momento. Pero alrededor de Malaban, un hombre mucho más alto de lo normal y con facciones de tigre empuñaba una tremenda espada de doble filo que centelleaba bajo la luz de la primera mañana. Aunque Desa Akrovia sabía que aquel ser era perfectamente capaz de matar a todos los que tenía alrededor, salvo quizás a aquel ser aceitoso, continuó corriendo mientras luchaba con los que tenía alrededor.
Sin embargo, la lucha llegó a su momento culminante cuando la espada del hombre tigre cercenó un brazo de la presencia aceitosa, cayendo al suelo el brazo cercenado y oyéndose un grito terrible mientras primero se elevaba el resto de aquella y luego caía al suelo. Pero no cedió tampoco por eso y Desa Akrovia vio que Malaban continuaba luchando contra aquella presencia, que cada vez se tornaba más tangible.
Sin embargo, su espada no hizo nada cuando intentó atraversarlo, así que dedujo que la espada de aquel hombre tigre era especial. Justo cuando estaba pensando eso vio que Malaban se elevaba mientras extraía su espada, que era de un material extraño, casi transparente. Pareció que los primeros rayos del sol Wromar, el Iluminador, penetraban en la espada y de ella salía un arco iris que parecía cantar… .
La espada penetró en el cuerpo aceitoso del atacante y un grito espantoso se oyó mientras un cuerpo exánime caía al suelo. Los soldados que aún quedaban vivos corrieron asustados, mientras en el lugar sólo quedaban Malaban, Nragar y Desa Akrovia que hizo una seña para que el resto de las Orantes salieran del túnel.
Malaban regresó de su trance y se sentó sudoroso bajo un árbol con su espalda pegada al tronco. Cerró los ojos mientras musitaba una plegaria. Nragar había vuelto a su estado humano y simplemente miró la escena con preocupación y después miró a Desa Akrovia.
- Tenemos un barco esperándonos en Ko-Or-Natu. Debemos partir lo antes posible.
Ella asintió sin decir nada más y se acercó a Malaban. Le tocó la frente pero sorprendentemente no parecía tener fiebre. Nragar habló entonces:
- Os han tendido una emboscada en toda su extensión. Si Malaban no se hubiera decidido a seguir a aquel ser, es probable que no hubiérais llegado muy lejos. ¿Quién sabía de esta salida?
Desa Akrovia lo miró y se cruzó de brazos mientras pensaba:
- Siempre he creído que sólo lo sabíamos unas personas muy concretas. Y sólo dentro de nuestra comunidad. Pero creo que hay alguien más que sabe algo de esto, aunque no sea más que un presentimiento.
- ¿Tiene alguna manera de avisar al resto de Grandes Maestres? -dijo Malaban, aún con la respiración entrecortada por el esfuerzo.
Ella pareció relajarse.
- Sí, pero antes debemos irnos lo más rápido de aquí.
Malaban asintió.
- Debéis ir hasta media legua antes de llegar a Ko-Or-Natu: no entréis en el puerto u os detectarán. Si os han tendido una emboscada, estoy seguro de que también tienen personas apostadas en el puerto. Subiremos nosotros y os llevaremos en la bodega.
Ella asintió y se dispuso a ir hacia una especie de bote que había sujeto a la orilla un poco más arriba. Ellos simplemente fueron hacia donde habían dejado el carromato con su caballo. Nragar le dijo a Malaban:
- No era Strugar.
Malaban movió la cabeza:
- No, no lo era. Pero sí era lo bastante poderoso como para mandarle a intentar matar a Desa Akrovia. Me parece que se va a desatar una persecución terrible contra los integrantes de las Órdenes. Por eso quiero que los avise.
Nragar lo miró y dijo:
- Espera un momento. ¿Crees que Bardianen podría avisarles?
- Bardianen, no porque tiene que venir con nosotros a Naras -dijo Malaban-, pero estoy seguro de que sabe con quién hablar para ello.
- Creo que ya sé por qué Eliandar me dijo que podía hablar a través de la mente con aquellos a quienes haya olido… Vamos a probar esa capacidad.
Malaban sonrió y le guiñó un ojo, mientras se montaba delante del carromato:
- Pues cuando puedas…
- Sí, pero procura que el carro no salte… - dijo riéndose.
Malaban también rió y luego inició el camino hacia Ko-Or-Natu.
Nragar se sentó encima del heno con las manos cruzadas, como tenía por costumbre cuando meditaba y cerró los ojos. Entonces, buscó a Bardianen y, sin mucho esfuerzo, lo encontró: el hombre-grifo estaba sentado tranquilamente en la cubierta de un barco mediano y protegido por una capucha. Su cara, sin embargo, estaba expuesta al sol, disfrutando de los rayos de Wromar: sonreía complacido como un gato cuando encuentra una sardina. Pero, de repente, notó a Nragar en su cabeza y abrió los ojos, sonriendo para después decir:
- Tendré que ponerme en contacto con otros que conozco.
Entonces, extrajo de una bolsa que llevaba atada a la cintura una especie de flauta y comenzó a entonar una melodía lastimera. Los tonos iban variando y parecían en otros momentos un aviso y un recuerdo. Pocos minutos después tres búhos salían de su guarida en el centro de la ciudad y volaban hacia el lugar donde tenían su respectiva sede las restantes Órdenes militares.
Puente de Cahors, Francia. Foto de SlimMars 13.
Malaban y Nragar llegaron tranquilamente hasta el barco en Ko-Or-Natu. Inmediatamente, Bardianen salió a recibirles, mientras les informaba que Daval, molesto por los rayos de sol, se había ido a la bodega y creía que se había terminado quedando dormido.
- ¿Está el último interlocutor aquí?
- Sí, aunque ahora no lo vais a ver porque está debajo del agua en este momento. A veces, necesita nadar un rato.
Malaban asintió.
- Necesitamos remontar río arriba. Tenemos que recoger a unas personas que debemos sacar de aquí lo antes posible.
Entonces, un hombre fornido subió por una de las maromas del barco y saltó dentro.
- No hay inconveniente, pero debemos darnos prisa. El permiso es para ir río abajo, no arriba, aunque podré explicar que debemos volver hacia atrás por cualquier circunstancia.
Saltó hacia el timón y otros dos hombres subieron a desplegar las velas. En pocos minutos, estaban camino hacia donde Desa Akrovia les esperaba con sus otras Orantes.
Malaban se acercó al timón y miró al capitán. Entonces, él dijo, mientras sonreía, enseñando su dentadura:
- Me llamo Trodurian y creo que soy el Interlocutor que os falta. Y tú -dijo señalando sucesivamente a los recién llegados al barco- eres Malaban y él Nragar -Aumentó aún más su sonrisa y añadió-: Bardianen y Daval han hecho sus deberes.
En su despacho, Leovildo, Gran Abad de la Orden de la Esperanza de la Madre Celestial, estaba escribiendo una misiva secreta al Gran Patriarca Askanides. Sabía que se habían dado órdenes de encontrar al que acompañaba a Desa Akrovia y que sus horas están contadas. Por eso, escribe al Gran Patriarca para advertirle de lo que han encontrado. Pero, apenas había mandado a uno de sus búhos mensajeros con aquel mensaje, oyó ruido en la puerta y entendió que su momento había llegado. Cogió uno de sus libros de rezos y se sentó a la mesa a esperar…
Un poco de música:
Publicada originalmente en Wordpress.