Foto de Pablo Picardi Photography.
Danladia llevaba cuidando varios días al hombre al que había vuelto de su estado anterior de serpiente. Aún estaba muy débil y había podido hablar poco con él. Pero sí había podido saber que se llamaba Kranor y que había vivido toda su vida al norte de la Cordillera de los Picos Nevados. No le había podido decir aún qué había pasado para que le hubieran transformado en aquella serpiente y, aunque ella tenía algunas ideas sobre lo que podía haber pasado, prefería que el hombre acabase diciéndole lo que realmente había pasado una vez que fuera capaz.
La palidez de los primeros días había ido cediendo y, aunque débil y con muchas pesadillas y temblores, se iba encontrando mejor. Pero la recuperación iba a ser lenta y dolorosa: sobre todo, por los pensamientos tan oscuros que tenía dentro y que le habían sido impuestos. Era aquello lo que más le preocupaba a Danladia: ¿cómo y por qué aquel hombre había sido castigado de una manera tan cruel?
Era aún pronto por la mañana, aunque en el centro del bosque a veces era complicado poder discernir la hora que era. Danladia desayunó y, con delicadeza, despertó al hombre para que también comiera algo. Kranor tembló bastante pero al menos ya no gritó como otras mañanas. Después, se lavó en la cascada y aquello parecía que iba lavándole no sólo el exterior sino también el interior. Alguna vez acababa sonriendo, aunque muy tímidamente.
Al cabo del rato, algunos de los Balirakok que vivían en aquel bosque desde tiempos inmemoriales, llegaron a ver el estado de Kranor. Les alegraba que fuera cada vez mejor, pero les preocupaba que pudiera llegar alguien peligroso a buscarle allí y perturbase su vida tranquila. Sin embargo, algo parece estar cambiando en su interior: ahora parecen más interesados en saber qué pasa fuera del bosque.
Ninguno había salido de allí, así que todo lo que venía de fuera les parecía peligroso pero exótico. Danladia sabía que debía explicárselo porque cada día faltaba menos para que apareciesen allí los Dragones y, si habían tenido a un hombre, no sabía cómo iban a reaccionar ante esas bestias magníficas. Así que les sonrió y les saludó:
- Buenas mañanas. Kranor está mucho mejor como veis.
El grifo Grácilos se acercó volando para saludar y, por primera vez, en mucho tiempo, los Balirakok lo saludaron también sin mostrarse atemorizados por el gran animal. Danladia respiró hondo antes de hablarles sobre los Dragones y su llegada, mientras Grácilos levantó el vuelo y se alejó para vigilar las fronteras del bosque.
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Lejos, en la Cordillera de los Picos Nevados, el Gran Dragón Elandiar consideró que había llegado el momento de actuar. Subió al pico más alto de la Cordillera en esa parte sur, que quedaba cerca de la Cueva en la que había vivido los últimos cientos de años. Una vez allí, vio que la nieve que no se había ido, a pesar de irse abriendo paso el calor conforme pasaban los días que los llevarían al verano de aquel año. Sonrió: tranquilamente puso la boca en una grieta que había en la parte más alta de la montaña y sopló. Un sonido grave y fuerte rebotó en las entrañas de la Tierra y salió por otras grietas de las montañas a lo largo de toda la Cordillera, oyéndose a lo largo de más de 1000 leguas.
Después se tumbó y esperó unos minutos. Al ver que no recibía ningún mensaje de vuelta volvió a soplar. Así hizo varias veces: tenía que despertar a sus hermanos porque la hibernación había terminado. Cuando la montaña retumbó con los ecos del mensaje de vuelta, Elandiar supo que sus hermanos habían despertado y que debía dirigirse al punto de encuentro habitual. Echó a volar y, cuando estaba cerca del suelo, en el lugar más escondido de la montaña, allí donde nadie podía ver su transformación, volvió a ser el anciano que había visto Malaban cuando transitaba por los alrededores.
Después, se dirigió al pequeño establo que tenía en una parte recóndita de la cueva en la que habitaba. Allí, sacó a los dos bueyes que tenía dentro y los unció al carro. Despues, con aquella imagen de granjero de mucha edad, comenzó su viaje a través de las planicies que separaban la Cordillera del Gran Río en el viaje de este hacia el Golfo de Esdáloren.
En pocas horas, habían pasado el Pico de los Túmulos, el más alto de toda la Cordillera, y el Pico de la Nieve Perpetua, llamado así porque ni siquiera en los veranos más cálidos, la nieve desparecía de él. Finalmente, llegaron a su destino: el Pico de las Águilas, donde sus hermanos habían permanecido durmiendo más de 100 años.
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Pero allí sólo encontró a Rulkrio, recién despierto. Si ya por lo general, era, con diferencia, el más gruñón de los tres, en aquel momento parecía que iba a quemar la tierra de lo enfadado que estaba. Le reconoció enseguida.
- Oh, otra vez. Nos has despertado otra vez -dijo con retintín y visiblemente contrariado. Y ¿ahora a qué se debe tanta prisa?
- El mundo se acerca a su colapso…
- No me vengas con más predicciones apocalípticas. Ya me habéis despertado dos veces con esos cuentos y, a pesar de que los hombres son una panda de débiles y de marionetas en poder de sus propios vicios y manías, no ha pasado nada.
Elandiar estaba a punto de perder la paciencia, pero respiró hondo mientras cerraba los ojos. Sabía que su hermano era muy gruñón y que era mejor tratarle con tranquilidad.
- Esta vez, -dijo intentando calmarle-, será diferente.
- ¿Ah sí? ¿Por qué? ¿Guonlorth ha sido vencido? ¿O Malaban ha recuperado su valentía?
- Lo primero no se ha producido por lo que he podido saber. Pero lo segundo, sí: he hablado con él. Tiene la espada: se la he entregado. Se ha encontrado con los otros cuatro Interlocutores y van camino de Naras.
Por un momento, Rulkrio quedó callado, sin palabras. Aquello era una novedad que no había previsto. De inmediato, pasó a mostrarse con su apariencia humana, muy semejante a la de Elandiar en aquel momento.
- Hermano, ¿es eso cierto?
- Sí, yo mismo le envié. Sé que ha vencido a bastantes enemigos importantes, aunque aún no está ni a la tercera parte de su capacidad final.
Rulkrio abrazó riendo a su hermano.
- Espero que la pesadilla esté llegando a su fin. Esta gente se lo merece.
Sólo entonces vieron que otro hombre muy parecido a ellos dos, estaba a pocos metros de ellos y les sonreía: era, sin duda, el Tercer Dragón en su forma humana. El Gran Dragón Korian estaba allí. Era el más grande y poderoso de ellos tres y sin duda el más sabio.
Se aproximó a ellos y les abrazó. luego miró a Rulkrio y le dijo:
- Siempre hay que mantener la esperanza: lo que haya pasado hasta este momento, no determinará lo que pase a partir de ahora. Pero también hay que contribuir a que la esperanza siga viva.
Luego miró a Elandiar:
- Buen trabajo, hermano. Has hecho bien en despertarnos: el tiempo de la Gran Confrontación se acerca y tenemos que estar preparados. Y dime, ¿a quién se ha enfrentado Malaban?
- Hay nuevas criaturas malignas, Korian. Klandorg no ha dejado de experimentar y su lugarteniente, ese ser maligno llamado Guonlorth no se diferencia mucho de él. Pero debemos partir a ayudar a la Dama Danladia que está o puede estar en serios apuros.
Rulkrio estaba empezando a llorar de emoción, pero cuando oyó eso pregunto:
- ¿Ah sí? ¿Qué le pasa?
- La Emperatriz ha mandado a asesinos en pos de todos los que pueden enfrentarse a Guonlorth, incluso detrás de su hijo Erevin. Hay que proteger a Danliada porque puede ser la única que tenga la solución para evitar que ese maldito convierta a más personas inocentes en animales a los que maneja desde lejos. Pero nuestra misión no se reduce a eso: tenemos que ir a Naras, en cuanto la hayamos dejado en el Golfo de Esdáloren, porque allí puede gestarse el futuro de todo ser viviente.
Korian dijo:
- Recemos una oración al Único que nos mandó aquí a proteger a todos estos seres inocentes.
Allí, los tres rezaron y, cuando terminaron, en silencio, se subieron al carromato y partieron a gran velocidad a través de las planicies hacia el Gran Bosque.
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El robavidas jinete de serpientes acababa de llegar al límite del Bosque del Oeste. Buscaba a Danliada: tenía el encargo del Gran Señor Nigromante, Klandorg, de matarla sin dudar. Pero tenía dos problemas: el primero es que aquel era un bosque demasiado grande como para saber dónde se escondía la hechicera y el segundo, era que no quería entrar porque había oído muchas historias sobre aquel lugar y tenía muy claro que él no sería bienvenido.
Sin arrimarse al agua, miró a través de los árboles y, después de bajar de la serpiente, se sentó en el suelo. Esperaría a tener su propia oportunidad.
No era consciente de que Grácilos, en su labor de patrulla para la defensa del tesoro que tenía encomendado, que no era otro que aquel bosque, volaba por encima de las copas más altas de los árboles. Mientras volaba, sentía los murmullos del bosque, los susurros de los animales y los trinos de los pájaros. Ellos le acabaron diciendo que el robavidas estaba allí. Desvió su vuelo y se dirigió al lago verde que estaba en el límite del bosque.
En cuanto estuvo cerca, localizó al jinete y a su montura: era complicado no verles, especialmente a la montura. Aunque no hubiera recibido toda la información que el bosque podía ofrecerle, hubiera sido difícil no saber que pasaba algo en aquel lugar, normalmente tan lleno de vida: todos los animales habían salido de estampida hacia el interior del bosque en cuanto habían detectado a la gigantesca serpiente del desierto de Anahay en la que aquel jinete robavidas había venido montado.
Grácilos, sin hacer ruido, se posó en una rama fuerte de un árbol cercano y miró atentamente los movimientos de jinete y montura. Al cabo de unos minutos, dos búhos del bosque se posaron en ramas cercanas y acabaron preguntándole qué pasaba:
- Tenemos compañía. Parece que vienen a por Danladia.
- ¿Quieres que vayamos a avisarla?
- No, de eso me encargo yo, porque imagino que va a querer venir a ver qué ocurre. Pero tengo otra misión para vosotros. Quedaos aquí. Vigiladlo. Si pasa cualquier cosa, avisadnos. No creo que ni este hombre ni su montura puedan curarse, pero tiene que ser ella la que lo diga.
- Entendido, dijo el búho de pelaje más oscuro. Así haremos.
Grácilos emprendió el vuelo: llegó enseguida al lugar donde estaba Danladia cuidado a Kranor. El hombre, de repente, había empeorado. Sus temblores se habían hecho mucho más evidentes y los labios se le habían quedado casi blancos. Con un hilo de voz, había dicho:
- Está aquí, vienen a por mí.
Danladia le había dado una infusion fuerte que lo relajaría un rato pero era necesario que en un rato le dieran otra y así se lo había dicho a los Balirakok que estaban allí ayudándola: en cuanto miró a Grácilos entendió que había un nuevo peligro.
Le condujo aparte y él sin mucha espera le dijo:
- Dama Danladia, un nuevo robavidas ha venido montado en una serpiente.
- Entiendo, vamos para allá.
Y, sin más, se subió en el grifo y comenzaron el vuelo hacia el Lago Verde.
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Mientras, los dos búhos estaban allí controlando al jinete robavidas y a su montura.
- ¿Quién crees que será, Tarlok?
El otro se encogió de hombros.
- Ni idea. Pero llevamos unos días en los que cada vez vemos gente más rara por aquí. No me quiero imaginar cómo tienen que estar los caminos hasta llegar aquí.
- Sí, vivimos tiempos oscuros -dijo un tercer búho que había llegado y se había posado en otra rama vecina.
Tarlok suspiró: cuánta gente complicaba todo y total… al final, se morían todos. Podrían ahorrarse tanta molestia y de paso ahorrársela a los demás.
- No parece pasar nada, ¿no? - Dijo el que había llegado el último.
- Tenemos que esperar, Kúñor: Grácilos no nos ha dicho que fuera a suceder en un tiempo concreto. Sólo nos ha dicho que teníamos que esperar aquí a que él volviera con Danladia - dijo Tarlok.
- Entiendo. Voy a subir a ver si veo más.
Voló hacia la copa del árbol y desde allí vio una nube de polvo en el camino que bordeaba el lago. Alguien venía, pero si no tenía cuidado terminaría en el agua, porque iba demasiado deprisa.
No bien había pensado eso cuando el carromato paró en seco y tres hombres con pelo y barbas canas salieron y siguieron andando por el sendero. Voló de nuevo hacia abajo y dijo:
- Vienen tres hombres por el sendero. Pero son muy mayores, deben ser suicidas.
- ¿A qué te refieres?
- Vienen andando. Han dejado el carromato en el que venían allí entre unos árboles y vienen andando - repitió anonadado.
- Trainur, ve a avisar a Danladia, rápido.
El último búho en llegar voló tan rápido como pudo pero a mitad de camino vio que Grácilos venía ya hacia aquel lugar con Danladia en su grupa.
- Tres ancianos vienen por el camino.
Ella sonrió:
- No hay que preocuparse: son ellos, los Dragones. No hagáis ningún ruido: sólo intervendremos si no hay más remedio.
Foto de " Breizh Clichés ".
En la frontera del bosque, los tres caminantes habían llegado muy cerca de donde el jinete robavidas y su montura estaba esperando. El jinete se levantó y desenvainó su espada, pero después la volvió a envainar y se empezó a reír de los tres caminantes.
Elandiar rezó todo lo que supo: era lo que Rulkrio necesitaba, que alguien le provocaba sin haber luchado durante los últimos 125 años. Necesitaban la información que aquel robavidas fuera a darles, pero viendo que su hermano Rulkrio ya se había transformado en el magnífico dragón que era… pensó que había pocas posibilidades de que fueran a poder hablar con él.
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