Elandiar estaba muy preocupado. Él había preferido que se hubieran tomado a aquel desconocido, jinete de serpientes, con más calma. Él sabía, porque podía leer el interior de otros seres, que no quedaba casi nada bueno en su corazón y que su serpiente era un mero juguete en las manos de alguien que todos conocían. Pero, aún así, quedaba esa pequeña parte de bondad en su interior, aunque fuera infinitesimal, a la que se podía haber llamado o tocado para ver si era posible una curación de aquel individuo. Hubiera sido difícil, pero con su hermano así de enfadado no era poco posible, directamente era imposible.
Vio a su hermano que, de anciano bastante poco apacible, se había convertido en aquel magnífico dragón de escamas doradas, aliento de fuego y enfado máximo. Tampoco era ninguna novedad: Rulkrio significaba “Alma de fuego” en el antiguo idioma de Bonardia, mucho antes de ser la capital del Imperio de Sinardia. “Rulk” significaba fuego y “Rio” se traducía por alma: como en la palabras fuego iba antes que Rio se traducía como alma de fuego. Si hubieran estado colocadas al revés, sería “fuego del alma”. Pero, no: el nombre Rulkrio era tan apropiado que Elandiar a veces se preguntaba si lo habían hecho expresamente para responder a ese nombre.
Así, Rulkrio, bastante más grande que la serpiente que había retrocedido asustada, se encaró con su jinete, aunque incluyendo a los dos en su discurso:
- Despreciable robavidas - Elandiar pensó que aún tenía la voz más grave que de costumbre-, no eres más que un sirviente esclavo de la voluntad de Klandorg, el Gran Señor Nigromante. Careces de voluntad propia, pues te limitas a hacer lo que te manda sin siquiera evaluar por ti mismo si está bien o mal o, incluso, si quieres realmente hacerlo -aquello parecía hacer dudar al jinete de serpientes que empezó a temblar visiblemente-. Encima, te vanaglorias de ello, pensando que, al carecer de libertad, careces de responsabilidad. Pero tu libertad sigue existiendo: aunque sólo la uses para obedecer y no luches con denuedo contra el mal que está en tu interior, has elegido… pero has elegido muy mal.
El hombre, ahora ya visiblemente, aterrorizado, intentó hablar, pero Rulkrio subió su mano derecha de dragón y se lo llevó a la boca, mientras él permanecía meditando. Pareció decirle que hiciera el favor de callarse, que no estaba para sus tonterías de humano llorón. De repente, abrió los ojos y la luz que había en ello reflejaba todo su poder y también su enfado que él creía evidentemente razonable:
- Te has reído de tres ancianos que viajan en un pobre carromato porque pensaste que éramos demasiado ancianos y demasiado poco relevantes que íbamos a ceder. Que esos tres ancianos débiles no iban a poder enfrentarse a una criatura débil, patética y cobarde como en la que te has convertido.
El Gran Dragón se irguió en toda su altura, sobresaliendo por los altos picos de los árboles que bordeaban el bosque y, fijando su mirada en el jinete de serpientes dijo:
- Calculaste mal dónde te estabas metiendo.
Y entonces, inspiró, tras lo que expulsó una gran bola de fuego en dirección a donde se encontraban el jinete de serpientes y su montura. Una vez que pasó su efecto, nada quedaba de lo que una vez fue el gran jinete de serpientes y otra con lo serpiente que es: ahora eran ya sólo un vago recuerdo.
Pero Elandiar no estaba conforme y le dijo tranquilamente:
- Rulkrio, ¿has podido ver sus recuerdos o algo que nos pueda ser útil?
Rulkrio, ahora de nuevo el anciano gruñón, se abalanzó hacia Elandiar y le abrazó diciendo:
- Sí, sí, lo que tú me digas, hermano. Pero había que cortarle el paso: no sé qué recuerdos tenía pero sí que alguien estaba siguiendo lo que ese hombre tenía en su cabeza -miró hacia el suelo, luego levantó la mirada y continuó-. ¿Sabéis? - dijo mientras cruzaba los brazos y comenzaba a mirar el cielo… en pleno día-. Creo que estaban controlándole desde lejos. Debemos esperar a Danladia: seguramente ella nos puede decir algo más sobre este caso.
- Lo que yo sé - continuó Elandiar- es que no hubieran mandado a alguien sin experiencia o en quienes no confiasen.
- En cualquiera de los casos, no nos hubiera dicho nada - dijo Rulkrio - . La maldad estaba demasiado avanzada como para aceptar la llamada de la bondad: por eso, se rió de los ancianos que vio. La maldad no entiende la bondad sino como debilidad. Aparte, si tiene tanta experiencia, es porque ya ha matado, lo ha hecho a menudo y eso no le había creado un problema de conciencia, si es que tenía y aún no la había destruido lo que fuera que le hayan dado…
Korian, mientras, había estado inspeccionando tanto el lugar donde el jinete de serpientes y su montura habían caído, como también el interior del bosque. Había permanecido callado porque, aunque Eliandar tenía razón normalmente y era Rulkrio el que simplemente se excusaba por su mal carácter. Ahora bien, en este caso, la solución no era tan sencilla, como señaló Korian, que estaba con los brazos cruzados y la mano puesta en la barbilla:
- En este caso, Rulkrio tiene razón: el alma de este hombre carecía ya de cualquier tipo de bondad. Tanta era la corrupción que Klandorn había insertado en su alma, que ya no era casi humana. Me ha sorprendido lo que he visto dentro de él. Creo que su proceso de transformación en lo que hemos visto, empezó con algún tipo de conjuro o sortilegio, sin duda algo relacionado con Klandorg o con ese sujeto llamado Guonlorth u otro individuo próximo a ambos.
Se paró un rato y luego continuó:
- Francamente, dudo que Guonlorth tenga o haya alcanzado este nivel de magia, pero todo es posible. Así que tendremos que considerarlo y habrá que investigar qué ha pasado y dónde está en este momento.
Rulkrio y Elandiar asintieron: lo que decía su hermano era cierto. Eliandar respondió:
- Algo así me esperaba cuando os llamé - miró alrededor y continuó -. Hemos dormido demasiado. Espero que estémosles aún a tiempo de curar este mundo y a sus integrantes.
Korian respiró hondo y dijo:
- Aún hay mucho bien en este mundo. Sólo necesitamos ayudarlo a que crezca y se desarrolle. Esa era la misión que nos encomendaron, ¿verdad? - les abrazó a ambos y luego empezó a pasearse por los alrededores. Luego continuó -: Pero fácil y bonito no va a ser. Habrá que extirparlo, lo que no siempre supondrá matar a alguien - y miró a Rilkrio - pero, a veces, sí será necesario - miró a Eliandar - pero sólo como último recurso -volvió a mirar a Rulkrio.
- DE todas maneras -dijo Rulkrio-, dudo mucho que este haya sido el único que hayan mandado a matar a la mujer del bosque.
- Sí, yo también. Habrá que protegerla - Eliandar sonrió.
- Desde luego.
En ese preciso momento, Danliada montada en Grácilos salió del bosque y les miró comprendiendo lo que había pasado.
- Creo que hay algo más que deben ver, señores.
- Ah, nos conocéis - dijo Korian sonriendo.
- Sí, por supuesto que os conozco.
En pocos minutos estaban de vuelta en la cascada. Danliada apuntó al hombre al que había traído de su estado de serpiente anterior y les dijo:
- He podido curar su cuerpo, pero sigue muy agitado, aunque ahora parece que duerme tranquilo.
Eliandar se arrodilló al lado del hombre y le puso la mano derecha encima de su frente:
- Este hombre ha sufrido mucho. Y sigue sufriendo. Al parecer, de alguna manera, tienen a su familia, aunque no sabe ni dónde están ni cuándo las cogieron.
- No lo dudo - dijo ella - , pero hubo algo extraño: le perturbó el que llegara el jinete de serpientes por aquí. Empezó a temblar de forma descontrolada diciendo que habían venido a por él.
- Hmmm - dijo Rulkrio - ¿cuándo apareció por aquí la serpiente que era este hombre?
- El mismo día que vuestro grifo vino a anunciarme que ibais a venir. No hace más de cuatro días.
- Pues o hay alguien más cerca que nos haya podido ver o resulta que lo han sabido a través de ella misma. Sí, Rulkrio - dijo Korian -, es muy extraño. En cualquier caso, alguien debe quedarse aquí a defender esto y otros ir hacia el Golfo de Esdáloren, ¿verdad, señora?
- Así es. Allí está una de las personas que más necesitamos todos, el príncipe Erevin. Sabemos que hay gente que ha sido encomendada para que lo encuentre y o lo mate o lo lleve al Castillo Imperial en Sinardia. Su destino sería entonces peligroso para él pero también para el resto.
- Entiendo - dijo Korian-. Rulkrio, deberás quedarte aquí en el bosque del Oeste. Cuida a este hombre lo que buenamente puedas, pero conserva tus fuerzas. No creo que cesen en su empeño de entrar y matarle. De Danladia y del príncipe Erevin nos encargaremos Eliandar y yo. ¿Alguien quiere añadir algo?
Pasó un rato en el que nadie dijo nada: las caras largas y preocupadas abundaban entre los presentes. Los Balirakok, normalmente miedosos, habían ahora adoptado una expresión de seriedad elegante que sorprendía. Pero si había alguien que podía ayudar a Rulkrio en su misión, eran precisamente ellos: sabían los lugares recónditos del bosque, sus plantas y las propiedades que cada una de ellos tenían y compañía agradable y cálida. Rulkrio se sentó al lado del enfermo, mientras Eliandar y Korian emprendían el vuelo por encima de los altos árboles del Bosque del Oeste.
Aunque todavía era primavera, las abundantes lluvias en el entorno del bosque hacían que una profunda y espesa niebla se instalase a menudo por encima de aquel. Los dragones subieron un poco más arriba para poder ver mejor su ruta: tenían que ir hacia el sureste pero sin desviarse mucho, y después deberían pensar como pensaría el príncipe.
Cuando se encontraban casi en el límite del bosque por el sur, ambos volvieron a ser ancianos y fue entonces cuando empezaron a considerar algunas de las cosas que ya sabían:
- Veamos - dijo Korian-, lo primero que debo preguntar es por qué estamos aquí.
- Parece ser que han secuestrado a toda la Flota Imperial del Oeste y no se sabe dónde están.
- ¿Y cuál crees que será la razón?
- ¿Razón? Sí, ya sé a lo que te refieres. La primera, sin duda, y por lo que he podido averiguar, es, sin duda, eliminar a un amigo del Príncipe Heredero…
- Y de esa manera facilitar la coronación de Holingen. Sí, eso lo entiendo. Lo que sigo sin entender es por qué secuestrarlos en lugar de matarlos…
- Imagino que piensan que, de donde los tienen, no los van a poder liberar.
- Si eso es cierto, la encontraremos porque dudo que haya muchos sitios donde la Flota quepa.
- Sin embargo, eso no quiere decir que estén todos en el mismo sitio - dijo Eliandar.
- Sí, claro. ¿En algún sitio llevas un mapa?
A Eliandar le entró la risa:
- Pues no, lo siento. ¿Cómo quieres que lleve un mapa cuando estoy con forma de dragón.
Korian se encogió de hombros.
- Tendremos que preguntar, entonces.
Siguieron su camino hacia su destino, pero mientras estuvieran en el bosque, sabían perfectamente que no se iban a encontrar con nadie. Muy poco rato después, oyeron el sonido fuerte y continuo de la catarata de Ataide. Habían llegado al límite del bosque. Ahora sólo tenían que bajar y coger el camino que llevaba a la costa. Procurarían preguntar a alguien sobre aquel lugar, aunque tenían el presentimiento de que no iba a ser difícil de encontrar.
Leovildo, Gran Abad de la Orden de la Esperanza de la Madre Celestial, había estado esperando que fueran a por él. Al final, sólo había sido un mensajero del Gran Patriarca Askanides, informándole que, debido a diversos problemas de salud, había tenido que salir de Bonardia, camino a un pequeño monasterio al que acostumbraba a retirarse cerca de la Cordillera de los Picos Quebrados en un pueblo llamado Pyónades.
Reunió a la Junta de su Orden y les explicó que debían obedecer a la Emperatriz, para permitir mientras que cada uno cumpliera con las misiones que se les fueran encomendado. Les explicó los hechos que él conocía, incluido el secuestro y liberación del ex-Jefe de Inteligencia, Mirondar, y la extinción de la Orden de las Orantes por la participación de su Gran Maestre, la Gran Abadesa Desa Akrovia.
Hubo murmullos y algún que otro signo de enfado y de crítica. Pero la mayoría entendieron la gravedad de la situación. Entonces, Leovildo volvió a hablar de nuevo:
- Señores, estamos en un momento muy complicado y no quiero que mis acciones puedan perjudicar a esta orden. Sé que es necesario investigar lo que ha pasado en dos sitios: Sinningen y Nirania. El primero es un monasterio de nuestra Orden; el segundo, no.
Bebió un poco de agua y continuó:
- Esta vez no voy a mandar a nadie, voy a ir yo. No podemos ser muchos, para no llamar la atención. No llevaremos prendas que nos puedan identificar y sólo las armas reglamentarias que quepan debajo de la capa. Necesitamos ser lo más silenciosos posible. Quien quiera venir, no hace falta que me lo diga. Con que mañana estéis, los que queráis venir conmigo. en la puerta trasera sur, bien pertrechados y en silencio, habremos avanzado mucho.
La sesión se levantó. Leovildo no se levantó raudamente sino que se quedó allí sentado un rato. La carta del Gran Patriarca seguía sin cuadrarle. Así que empezó a examinarla a la luz de la vela. Se fijó entonces en una esquina que no estaba bien pegada, pero era tan imprescriptible que nadie había reparado en ello.
Cuando pudo abrirla, se dio cuenta de que allí había un mensaje, el verdadero mensaje:
“Leovildo, deberías tener cuidado. La Emperatriz se va unos días a descansar, pero no olvidará lo que haya pasado. Te aconsejo que te quites de en medio un tiempo: ve a ver qué ha pasado en Sinningen, que es algo que es necesario hacer. Deja instrucciones señalando algo muy inocente como motivo para tu partida, pero no digas que vas a Sinningen: una vez allí, dudo que manden a nadie a por ti”.
Él también había pensado lo mismo, aunque no sabía que Askanides le había aconsejado lo mismo. Se levantó y fue hacia su biblioteca y buscó, encontró y luego se sentó a leer aquel libro titulado: “El Monasterio de Sinningen: Misterios, historias y leyendas”. Ojeó el índice y leyó: “Capítulo 32: de cómo un monasterio fue construido sobre el puente de piedra más misterioso de la antigüedad de Sinardia”.
Después, se levantó y fue hacia el magnífico ventanal que daba hacia el patio del monasterio: las lunas se veían claras en el cielo que estaba cuajado de estrellas. Saldría lo antes posible. Al menos, ahora, al avanzar la primavera, la mayoría de los caminos ya no estarían impracticables.
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