Foto de Azra Tuba Demir.
En los alrededores de Haloren, el monasterio de la Orden De los Santos Patronos del Mar, se disponía en una zona de la costa, prácticamente aparte de toda la ciudad. Se encargaban de la atención a todos los pescadores, ya fuera por ahogamientos, heridas o simplemente por vejez. Desde hacía siglos, los pescadores de aquellos puertos habían criado perros de gran tamaño que les acompañaban y les ayudaban en sus tareas. Pero los monjes los habían seleccionado y ahora eran aún más grandes, ágiles y fuertes. Muchos pescadores se habían salvado gracias a su intervención.
Pero aquella noche, el hermano portero había tenido una conversación con uno de los frailes del monasterio de mendicantes de la ciudad y le había contado las novedades. Entre otras, le había hecho saber que su presencia iba a poder ser de interés en el puerto. Por eso, había informado de ello al Abad que había mandado a tres de los monjes con dos perros al puerto. Desde lejos, miraba el faro y las luces con preocupación. Sabía que algo llevaba pasando desde hacía tiempo en aquel puerto pero su misión nunca había sido esa. El Abad parecía muy preocupado pero poco podían hacer, más que salvar a quien cayera al agua o a quien necesitara ayuda en los barcos.
A lo lejos, en el campanario, sonó la campana: eran las dos de la mañana. Nadie estaría levantado: la soledad aún hacía peor la tensión en aquel cubículo de la entrada.
Cuando el Príncipe Erevin vio la pólvora que había descubierto el duende Milwnor en la bodega de aquel barco, supo perfectamente que estaban en el buen camino:
- Gracias, Milwnor, excelente descubrimiento. Esta pólvora pertenece a la Flota Imperial: sólo hay que ver el escudo de los barriles que las contienen. Por tanto, ahora tenemos claro que existe una conspiración y que parece ser mucho más grande de lo que habíamos pensado en un principio: ese comerciante que nos ha sugerido el otro barco, no contaba con que viniéramos a ver qué pasaba con este. No hay duda de que colabora con ese miserable de encargado del Puerto y a su vez con ese traidor de Tulio Tanaris, el ex gobernador de Tandras. Pero ahora estoy seguro de que todos están aquí porque han recibido órdenes y que ellos no son los responsables últimos del secuestro de la Flota. Pero hay otra cosa que no sabemos: ¿dónde está la Flota y sus hombres?
Milwnor lo miró y entendió las implicaciones.
- Debemos salir de aquí lo antes posible y, a ser posible, sin llamar la atención.
Erevin asintió.
Pero aquello no iba a ser tan fácil: ahora estaban dentro del barco y en un puerto fortificado. Unas pequeñas sombras se recortaron por el ventanuco: eran las duendes gemelas, Amulia y Amánula que habían salido, como acordaron, de la posada en la que habían estado cantando y bailando. En cuanto saltaron dentro, Amánula dijo:
- El encargado del puerto viene hacia acá con guardias.
Fuera se oyó un canto extraño, como de un pájaro de montaña. Erevin sonrió: aún podrían hacer algo.
- Es la señal: estamos en posición. Escondámonos.
Fuera se oyó:
- Una limosna para los pobres de Haloren.
Era la voz de Elios, disfrazado de padre mendicante, que se paseaba por el puerto junto con Arbil. A los que estaban dentro del barco, casi les entró la risa: la voz era tan quejumbrosa que difícilmente alguien pondría en duda aquel teatro.
Las voces de ambos se turnaron a lo largo del puerto, mientras iban caminando de un lado a otro. Mientras, por la calle que bajaba hacia el puerto, a la derecha del barco, se empezó a oír el ruido de soldados armados que bajaban a paso marcial. Sus pasos se iban acercando conforme avanzaba el tiempo. Justo al lado del barco, algo cayó pesadamente al agua. Erevin entonces sonrió:
- Llegó el monje tardón… y en punto.
El encargado del puerto acababa de llegar, pero, como todos se esperaban, en lugar de gritar, dijo en voz baja:
- Brucanor, ¿dónde te has metido? No te veo…
Pero nadie contestó. Mientras, la letanía sobre la limosna se seguía oyendo de fondo. El encargado del puerto miró en el hueco entre el barco y tierra firme pero tampoco vio nada que pudiera decirle dónde estaba el dueño de los barcos. Pareció dubitativo pero, viendo que no le encontraba, visiblemente enfadado, dijo:
- Maldito Brucanor, ¿dónde estás? Habíamos quedado aquí…
Lamentablemente para él, Brucanor no estaba allí, pero simplemente pensó que no había llegado o que estaba en algún sitio borracho perdido y que no iba a venir. Así que retiró a sus soldados del puerto, ordenando a dos de sus hombres que fueran a su casa por si estuviera allí.
Aquello dio tiempo a Erevin para salir del barco junto con el resto, no sin antes encontrarse con frey Tinodar. El antiguo hermano vigilante de Sinningen había hecho su tarea en Haloren de manera excelente, independientemente de los demás y había llegado a la hora acordada, como bien había dicho Erevin.
Foto de Ernestos Vitouladitis.
Casi sin hablar, salieron de allí y subieron hacia un promontorio que quedaba al lado derecho del puerto de Haloren y que era otro punto de reunión que habían señalado al llegar a la ciudad:
- Siento no haber podido llegar antes, pero me ha parecido necesario investigar una serie de cuestiones que he ido viendo desde que llegamos aquí.
Sacó entonces de la manga un plano de la ciudad, esquemático pero muy claro:
- Estamos aquí -dijo apuntando a una de las torres bajas del promontorio que permitían una mejor defensa del puerto. Pocas luces se veían en el lado norte, más cercano al puerto, pero en este lado sólo las lunas iluminaban donde estaban. Continuó - bien, he seguido al dichoso Conde relamido ese que acaba de llegar durante día y medio. Creo que, además de cursi, tiene poca idea del polvorín en el que está sentado, aunque también creo que no es conde ni nada parecido.
Sacó entonces de su otra manga un trozo de tela con jirones, como si la hubieran arrancado de algún sitio:
- Alteza, sabemos que sois experto en heráldica…
- Por favor, Tinodar, nada de Alteza. Sí, me ha gustado saber siempre sobre esa cuestión.
Entonces, estiró el trozo de tela.
- ¿Y bien? ¿Qué le dice este escudo?
Erevin lo miró con cuidado y su cara empalideció: era una serpiente con alas. Aquello traía recuerdos demasiado dolorosos que lo transportaron muchos años atrás. Tinodar tenía razón: aquel hombre era un impostor. Milwnor miró el escudo, empinándose para llegar mejor y dijo:
- He visto otro igual en algún sitio y no precisamente aquí. Ha sido en el viaje.
Amulia se acercó y dijo:
- Sí, yo también lo vi, en un viajero desconocido. Pero se desvió un poco después de Sinningen y no lo he vuelto a ver. Fue raro de todas maneras, porque al principio observó nuestro carro con mucho detenimiento y, en el momento en que Amánula y yo salimos de él, se sorprendió, sonrió y desapareció.
Al poco rato, aparecieron Arbil y Elios con otro hombre vestido de monje con hábito semejante.
- Este es el hermano Línor, del monasterio sur de Haloren. Nos han venido a buscar por si necesitábamos ayuda.
Erevin lo miró y dijo:
- Sólo necesitamos transporte pero primero tenemos que saber a dónde tenemos que ir y aún no sabemos dónde está la Flota.
- Alabado sea el Único -dijo, mientras miraba al cielo-. Los hermanos de mi monasterio tenemos una pista pero debemos actuar lo más rápido posible. Se dice que están remitiendo órdenes para investigar los monasterios por falta de consideración y apego a la Emperatriz.
Erevin miró a Tinodar.
- Era de esperar. No puede esperar a tener el poder absoluto. Está bien, pero no iremos todos juntos: debemos ir por caminos separados y por turnos.
Milwnor añadió:
- Mejor que vayamos por grupos mixtos: yo iré con Erevin -le guiñó un ojo, sabiendo lo poco que le gustaba su título-, Amulia y Amánula podrían ir con Arbil y Elios y Tinodar mejor es que espere a que llegue Gutron, que seguro que trae alguna noticia de última hora teniendo en cuenta a dónde ha ido.
Tinodar asintió y en poco tiempo, sólo quedaba allí, sentado en una piedra, mirando hacia el mar. Sacó una flauta de su habito y comenzó a tocar una melodía marítima que había aprendido hacía años. Era su manera de agradecer que, por un día, parecía que las cosas iban saliendo bien, aunque no estuvieran ni remotamente cerca de aclarar el misterio. Tan concentrado estaba que no oyó llegar al duende, que volvía a portar su porra al hombro. El duende, cansado de todo lo que había ido haciendo a lo largo del día, simplemente dejó la porra en el suelo y se sentó a escuchar la música.
Pero la melodía terminó y Tinodar se dio cuenta de que no estaba solo. Saludó al duende, informándole de que le esperaban en el monasterio de los mendicantes del Sur de Haloren. El duende simplemente repuso:
- No creo que sea buena idea ir hacia el sur. Y si vamos, no debemos pasar por tierra: les están esperando.
- ¿Quiénes? -dijo Tinodar, mirándolo fijamente.
- He pasado cerca del faro, después de ir hacia la parte norte y ver qué pasaba en casa del Gobernador. Nadie tiene noticias de dónde está y su mujer parece que hace días que no sale de casa. Además, tengo que decirte que sé quien es el “conde” a quien has estado siguiendo.
- ¿Quién? -dijo el fraile ferozmente.
- No me mires así, que, al fin y al cabo, eres fraile y yo no soy el “conde”… -hizo el signo de comillas, mientras Tinodar no pudo evitar una risa-. Bien, no es que yo lo haya averiguado realmente, sino que he visto lo que hace. Es un “hacedurmientes”, uno de los asesinos del Jefe de Inteligencia. Pero no somos su objetivo, sino el Príncipe Erevin. Quieren matarlo o, al menos, llevarlo a Bonardia, por orden de la Emperatriz.
- ¡¿Y te has quedado mirando cómo tocaba la flauta?!
- Estoy cansado -dijo el duende- Necesitaba sentarme y descansar un rato.
Tinodar no dijo nada pero la mirada que le dirigió a Gutron era suficientemente expresiva como para que el duende se asustara. Y eso que decían que aquellos hombres de Dios eran pacíficos… puso los ojos en blanco porque aquel monje era más agresivo que él… que tenía fama de malas pulgas.
El monje comenzó a correr hacia el mar, adonde llegó sin aliento, pero pudo ver que había varias barcas con remos en la orilla. Tenían que darse prisa. Ambos se montaron y maniobraron lo más rápido que pudieron por debajo de los arcos naturales que la propia vida había ido produciendo en el corazón de los acantilados entre el puerto y el monasterio. “Una pena no poder verlos de día y, sobre todo, con tranquilidad, pero hay cosas mucho más urgentes hoy”.
En unos tres cuartos de hora, si no les engañaban los sonidos de las campanas, llegaron a los alrededores del monasterio. Vieron entonces que el monasterio parecía estar cerrado y oscuro, algo raro teniendo en cuenta a lo que se dedicaban los monjes. Entre las sombras de la noche, se deslizaron por unos matorrales que había en aquella subida desde la playa y que los tapaban de la zona más próxima al monasterio, en la que la playa y la posterior avenida de acceso quedaban a la misma altura, precisamente para poder auxiliar mejor a quien lo necesitara.
Conforme subían vieron claramente que algo marchaba mal en el monasterio: la puerta principal estaba cerrada… Tinodar entonces miró hacia el camino que bajaba desde el promontorio y después a Butrón. Ambos asintieron. Con tranquilidad, comenzaron a andar por allí, aunque habían visto que los seguían con la mirada: quien los espiaba no estaba en el monasterio sino a unos pocos metros, aunque no tan bien escondido como le parecía a él.
Siguieron ascendiendo y una vez que traspasaron la primera curva, echaron a correr. Una media legua más arriba se encontraron con el primer grupo y esperaron a los demás. Pero iba amaneciendo, cada vez era menos probable poder quedar escondido en aquella área mientras las lunas iban dando paso a los soles… Ahora tenían que decirle al príncipe lo que pasaba… y ninguno se atrevía. Al final, Gutron le dijo:
- La Emperatriz ha mandado un hacedurmientes para llevaos de vuelta a Bonardia o mataros.
Erevin los miró y luego miró en dirección al monasterio:
- Por eso habéis venido a avisarnos. ¿Habéis visto de quién se trata?
- Sabemos que se hace pasar por conde en Haloren, pero no sabemos más, - dijo Gutron-. Además, no previmos esto: ninguno de nosotros puede usar la magia de los duendes.
- No podemos abandonar a los monjes… no por segunda vez -dijo Erevin. Su cara se contrajo, evidentemente enfadado.
- Pero señor, si os llevan, ¿en qué va a beneficiar eso a los monjes?
- Tendremos que intentar liberarlos y que no me capturen…
Se dirigió entonces al monje procedente del monasterio:
- Entiendo que hay alguna entrada secreta en el monasterio…
- Pero…
- Sólo quiero que puedan salir de esa ratonera. Ya veremos cómo hacemos luego para que recuperen su casa.
El monje miró hacia abajo.
- Sí, hay un portón, pero imagino que lo han cerrado…
- Por dónde se accede, dijo Gutron.
- Por los arcos de los acantilados…
- Pero , dijo Tinodar, no podemos bajar por este camino, están emboscados allí.
El monje comenzó a andar.
- No es necesario, dijo, hay una escalera a pocos metros de aquí, aunque es un poco empinada…
Milwnor no pareció muy complacido y Gutron no pudo evitar una palabra malsonante, que hizo que a Arbil y Elios les entrara la risa. Amulia añadió, dirigiéndose al duende:
- Siempre puedes tirarte al agua desde el acantilado…
Siguieron hacia el acantilado y encontraron la escalera, que era más para cabras que para humanos. Con algún que otro contratiempo, llegaron abajo y, no sin dificultad, nadaron hacia la zona interna de los arcos. Al poco, vieron el portón abierto y el monje de la comunidad se puso la mano en los labios para obligarles a estar callados. Todo estaba oscuro y en silencio, aunque Arbil desde su lugar encima de una roca pudo ver que dentro del portón había distintos botes y pequeños barcos en una especie de puerto natural. Aquello les iban a poder permitir irse en caso de que pudieran liberar a los monjes.
Al cabo del rato, el monje volvió pero sólo con los hermanos y perros que pudo encontrar. La mayoría habían sido asesinados en las escaleras de acceso principal al monasterio: el hermano portero yacía clavado a su silla con una lanza en una posición macabra de espera a los siguientes visitantes del monasterio. Los perros que habían intentado salvar a los moradores habían sido asesinados, aunque alguno pequeño faltaba. No había nada ya que pudieran hacer allí, salvo irse a la mayor brevedad.
El hermano Línor dispuso uno de los pequeños barcos para partir ellos y otro para los fugitivos de Sinningen. Pero antes, le entregó un mapa:
- Veréis, no hay posibilidad de pérdida si se sabe lo que ha pasado. Nosotros no lo supimos hasta hace menos de una semana. Recogimos a un náufrago en la costa: imagino que queréis oír su historia. Está muy débil aún pero os lo hemos puesto en unas de las literas de este pequeño barco. - Le entregó un mapa- parece que están en Esdáloren pero dentro del delta, en algún punto que queda entre la ciudad y el bosque del Oeste, dentro del Golfo de Esdáloren. Pero creemos que no se habrán atrevido a dejarlos muy cerca del bosque por las leyendas e historias que hay sobre él. El náufrago nos señaló que parecía ser un castillo grande del que se había podido escapar porque él no era de los “importantes”, a los que tenían muy bien vigilados
Foto de Dimitris Mourousiadis.
Erevin se estremeció al pensar en lo que estaría pasando allí y luego los miró y dijo:
- No podemos fallar: es necesario liberar a los que podamos. Pero van a estar esperándonos y seguramente haya allí más hacedurmientes, como los llama Gutron…
- No, yo no los llamo de ninguna manera. Oí que así los llamaban en las afueras del palacio del Gobernador, que también ha desaparecido.
- Entiendo - Se volvió hacia Línor y le dijo -. Nunca olvidaré esto. Espero que lleguéis sanos y salvos a vuestro destino.
Sin más, salieron por el portón y desplegaron las velas, partiendo hacia sus respectivos destinos.
El hacedurmientes se puso en pie cuando vio dos nuevos barcos que acababan de aparecer entre los acantilados. No, no podía ser. Cogió un anteojo y examinó las velas: no, aquellos no eran barcos del monasterio. Con tranquilidad, se sentó de nuevo mientras los barcos se iban perdiendo en la distancia. La calma siguió hasta que una gigantesca serpiente voladora, color marrón oscuro, se posó a su lado.
- Krarkoc, ¿el sueño bien?
- Sí, ¿por qué lo preguntas?
- Porque acabas de dejar escapar al Príncipe Erevin por segunda vez… esta vez iba en un barco… le siento en la proa, contento por habernos dado esquinazo.
Krarkoc sintió un nudo en el estómago. Aquello no pintaba nada bien para él.
- No, - dijo la serpiente - si el amo se entera, lo vas a pasar mal. Y no, a estas horas no puedo volar abiertamente: aún no nos está permitido hacerlo, hay que mantener la ilusión de normalidad. Pero sabemos a dónde van, así que saldremos esta noche.
El hombre sabía el honor que había sido ser nombrado “hacedurmiente” y recibir la orden de perseguir al príncipe díscolo. Pero no podía entender cómo se le escapaba siempre... si no había podido detectar magia en los alrededores y los monjes habían sido asesinados… Pero miró a la serpiente y entendió que algo se le había pasado por alto. Sólo había visto a aquellos dos en la lejanía: no los había prestado especial atención porque venían del mar y ni siquiera habían salido de cerca del edificio. En fin, debía dejar el palacio ducal -no volvería, sería otra “desaparición” más- e ir hacia el sur, aunque aquella circunstancia nadie la había previsto.
La mujer lloraba. Había sido arrojada a aquel calabozo y no sabia por qué aún: su madre se había negado a hablar con ella, a pesar de que lo había pedido a gritos. Le habían quitado sus ropas y le habían puesto aquellos harapos. Pero lo peor había venido cuando habían cerrado la puerta del calabozo: estaba oscuro y olía mal y no parecía que iba a poder salir de allí en breve. Si salía…
Pero entonces sintió una picadura en una pierna, en la derecha parecía. La luna iluminó el suelo de la mazmorra y vio a la araña peluda y negra: una tarántula la miraba como esperando a que el veneno hiciera efecto. Comprendió que las cosas aún podían acabar peor.
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