Foto de Florian Wehde en Unsplash
Tres días habían pasado desde el encuentro con aquel monstruo marino cuando, desde la cofa, gritaron que se avistaba tierra. Andrasio salió de su camarote y subió, de dos en dos, las escaleras que llevaban a la cubierta. A lo lejos, entre la normal neblina en aquel momento del día por el calor y la evaporación del agua, podía verse un puerto de mediano tamaño, encabezado por un faro en su punto más externo cual proa de buque. El joven arquero vio a lo lejos lo que intuyó debía ser una gran cantidad de banderas.
En la cubierta, cada vez había más movimiento: los marineros subían por los palos para estar preparados para cuando les ordenasen arriar las velas. El capitán, a pesar de todo el movimiento y la actividad a su alrededor y la tensión que podía respirarse en cubierta, se mantenía tranquilo en su puesto de mando: se notaba la experiencia de años al cargo de aquel gran barco.
Conforme se acercaban, se veía que cada uno sabía qué papel debía cumplir, de qué forma y en qué momento y así lo hacían. Andrasio, a pesar de que había visto operaciones similares en aquel barco, seguía maravillado por la forma tan ordenada que tenían los marineros de actuar en momentos tan complicados. Parecían un mecanismo bien construido.
Con tranquilidad, el barco fue disminuyendo la distancia al faro y, por tanto, al puerto y Andrasio pudo tener una primera idea de la ciudad de Kürtürkärn y de su puerto, que juzgó de mediano tamaño, teniendo en cuenta los que había visto en el Imperio. Aunque la ciudad, desde aquella distancia, tenía un aspecto muy diferente al de las que conocía, el puerto no se diferenciaba mucho de los que ya había visto, salvo por el número de naves muy pequeñas que estaban fondeadas en aquel lado más externo del mismo. En el Imperio, de pequeñas que eran, serían consideradas meros botes: aquellas embarcaciones pequeñas pero muy ligeras y, por tanto, manejables, tenían, como mucho, una vela y unos pocos remos. Con aquellas características, valdrían solo para ir entre diferentes puertos de la misma isla o entre islas que no estuvieran muy lejanas, pero claramente con ellas no se podía entrar en aguas excesivamente profundas o con un mar demasiado picado porque cualquier animal podría hundirlas. Sobre todo, después de ver el monstruo de las profundidades…
Foto de Mihran Kes:
Poco tiempo pasó y se dio orden de arriar las velas para que el barco sólo pudiera navegar con remos y fuera más manejable cerca del puerto. La actividad, entonces, se hizo frenética, con marineros subiendo y bajando para manejar mejor las amplias velas del Perla Dorada del Sur y después, algunos bajaron a ayudar a los que ya estaban remando dos pisos más abajo del puente.
Foto de Shana Van Roosbroek en Unsplash.
Nota: como mañana no me va a dar tiempo a publicarlo, lo publico ya.